viernes, 3 de enero de 2020

Operación Gualda



Por Nieves Gómez Álvarez, Doctora en Filosofía y profesora

Este año redondo, 2020, que ha comenzado con un buen tiempo superlativo -debe ser para llevar la contraria a las alarmistas Cumbres del clima y a las niñas obsesivas- y su dosis, como es acostumbrado, de proyectos, ilusiones y propósitos, nos ha sobresaltado a los españoles con la posibilidad de un gobierno irracional, antiespañol y anticonstitucional. Malos tiempos en buenos tiempos. Malos tiempos con buen clima. Así es la vida: una de cal y otra de arena.

Como el ejercicio de la visión responsable es cuestión de serenidad, mirada a largo plazo y visión histórica, dan ganas de ponerse a pensar. ¿Ha vivido la nación española antes tiempos como estos, de malos tiempos con buen clima? Veamos… 1936, no, claro que no, además aquello fue en verano, ya con calores que asfixiaban los cuerpos y las mentes. Antes, mucho antes: 1808.

Dan ganas estos días de vacaciones y alguna calma, días de novelas y de disfrute de la vida privada, de volver a leerse despacio la proclama de los alcaldes de Móstoles -esos que no se dedicaban al enchufismo ni al escandalismo, sino a la noble labor de unir y de infundir responsabilidad-:

“Somos españoles y es necesario que muramos por el Rey y por la Patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey.
Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son”.

Ciertamente, dos siglos largos nos separan de nuestros compatriotas mostoleños. El estilo, donde se habla a los demás como “vuestras mercedes”, lo denota, así como el “so color”, las “providencias” y el “acudir a socorro”, precioso cuidado lenguaje decimonónico. Pero además, ni hoy es necesario morir por el Rey ni por la patria (la Constitución, que aún no existía, garantiza nuestro derecho a la vida y nuestra igualdad entre todos), ni nadie se ha apoderado de la “augusta persona” de Felipe VI, nuestro monarca actual, que sigue al frente de una de las naciones con más historia de Europa. Y que tiene voz propia, capaz de llamar golpismo al golpismo y desleal al desleal, como comprobamos en octubre de 2017 y hemos comprobado hace unos días, con la felicitación navideña.

Pero, si somos sinceros con nosotros mismos, ¿no tenemos igualmente la conciencia de haber sido invadido por nuevos “pérfidos” que, simulando amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo?

También, si somos honestos, la mayoría de españoles, que somos personas sensatas, con voluntad de concordia y con deseos de un futuro próspero y estable, nos sentimos solidarios con las palabras de aquellos compatriotas nuestros y con la necesidad de “escarmentar las perfidias”, acudiendo, en la medida de nuestras posibilidades, al socorro de esta España inestable, aunque esta vez, no para expulsar con determinación a un invasor extranjero, sino para neutralizar la acción de las fuerzas antidemocráticas en las instituciones, que son de todos y hemos creado con nuestro voto y nuestro esfuerzo. Los “pérfidos”, hoy, no enarbolan una bandera distinta y su violencia no es, hasta el momento, física. Hacen algo más retorcido: aparentan enarbolar la misma, pero rompiéndola en trizas y ejercen una violencia intelectual e institucional, envenenando desde dentro lo que es de todos. No son franceses con soberbia y desprecio hacia lo español; son españoles con soberbia y desprecio hacia lo que construyen y han construido otros españoles.

El filósofo Julián Marías, que vivió tiempos españoles de lo más inciertos y que supo, siempre, estar a la altura, como hombre leal y valiente que era, solía reflexionar sobre el siguiente hecho. Ante problemas de enorme magnitud, las personas se suelen preguntar: “¿qué va a pasar?”, dando idea, por seguir con el símil climatológico, de que uno ve venir nubarrones y es consciente de que el chaparrón le va a caer encima, de una manera un tanto pasiva. Su actitud, sin embargo, era más bien, preguntarse: “¿qué vamos a hacer?”, en un indudable ejercicio de libertad activa y de pensamiento responsable.

¿Qué vamos, pues, a hacer los españoles, en este nuevo año 2020, de promesas redondas pero de comienzos turbulentos?

Pues toda persona siempre puede “hacer algo”. La vida, como recordaba el admirable maestro de Marías, Ortega y Gasset, es siempre un quehacer y una faena poética. No podemos dejar que otros vivan nuestras vidas ni podemos, tampoco, por imperativo metafísico, moral y estético, hacer de ella una chapuza. Nuestra vida siempre tiene un margen de libertad creadora y, si no lo tiene, hay que hacérselo para que pueda ser, propiamente, vida.

No seré yo, una modesta profesora de Filosofía en Bachillerato, investigadora de la aportación de Marías al interesante tema de la mujer, la que vaya a decir a cada español lo que tiene que hacer con su vida en estos tiempos complejos. Nunca lo he hecho, ni siquiera a mis alumnos, pues efectivamente creo en la libertad personal y en la capacidad que cada uno tiene para orientar su vida de la manera más lúcida y más auténtica que sabe. Ese es el espacio que justamente hay que salvaguardar. La filosofía no es un saber imperativo, sino algo mucho más delicado: un saber orientador, como el faro que luce en el horizonte. No nos hace el faro el viaje, ese tiene que hacérselo cada embarcación, cada uno; solo nos muestra dónde están los peligros para que el viaje lo hagamos cada uno.

Lo cierto es que la filosofía contemporánea tiene algo que decir a “las mercedes” de los tiempos que corren, es decir, los españoles de bien. Qué le vamos a hacer, los acontecimientos de los últimos días también muestran que hay españoles de mal, aquellos que quieren consciente y maniáticamente el mal para España, sin tener en cuenta que el mal cansiniza y aburre. Nos tenemos que atener a ello. Las “mercedes” de hoy deberíamos unirnos en una operación colectiva. Una labor que nos llevase a no dejarnos envilecer bajo ningún concepto y a fomentar todo lo que de noble, luminoso, creador y afirmativo que hemos hecho juntos. Desde la unión de España y la constitución del primer imperio global de la historia (ahí está Elvira Roca para probarlo y defenderlo con uñas y dientes) hasta la primera circunnavegación de la Tierra o la creación de una lengua que hablamos mucho más de 500 millones de personas. No termina, por supuesto, la historia ahí. Las figuras admirables y los logros españoles se extienden hasta nuestros días, como muestra la estupenda vitalidad de nuestro deporte, nuestras fuerzas armadas en el exterior o la música en español, de este lado del Océano o del otro.

No encuentro ningún nombre más sugerente y soleado que el de “Operación Gualda” para este propósito de sano orgullo y de otear el horizonte sin malas sangres. ¿Qué es “gualda”? Es el color de la franja central de nuestra bandera. Las malas lenguas lo interpretan como que es el recuerdo del oro que los conquistadores codiciaron y esquilmaron. Las malas lenguas suelen ser bastante tópicas y no tienen en cuenta que el oro es lo que el Imperio Romano esquilmó de la Península ibérica, siendo la plata lo que los españoles trajeron de América a Europa -plata que no tenía allí valor, mucho menos como moneda (que también fue un invento occidental llevado por los españoles europeos allí)-. Las buenas lenguas, que también las hay, más bien dicen que el amarillo gualda es un reflejo del ambiente real en el que se fraguó la historia de la bandera española, allá por el siglo XVIII, un siglo que seguía siendo de brújulas: un ambiente naval, de paisajes oceánicos y de amaneceres fulgurantes.

Tal nombre soleado y tempranero para esta operación no podría sino denotar de manera un poco épica y con alguna belleza -ya avisaban hace un rato los alcaldes de Móstoles con algo de cultivo literario que somos gente leal y valiente- la necesidad de que cada uno de nosotros nos dediquemos a la faena de buscar, allí donde la vida nos haya puesto, ideas lúcidas, sanamente orgullosas de lo que somos y de quiénes somos. El mismo filósofo hablaba de españoles orgullosos de sus almas.

La “Operación Gualda” es también, en consecuencia, un ejercicio de libertad, inteligencia y bondad, por lo que necesitará distanciarse y poner en cuestión toda idea negrolegendaria, toda mezquindad, superficialidad y grosería.

No se trata de nada político. Justamente nuestro problema es que todo se ha politizado y atomizado. Se trata, más bien, de obligar a la política a que se quede en el mínimo reducto que es imprescindible y que toda la sociedad civil, sean cuales sean nuestras ideas en ese aspecto particular de la vida que es la política, más allá de ella, busquemos las ideas sociales, artísticas, deportivas, educativas, mediáticas, que nos permitan seguir navegando, para poder vivir así a la altura de nosotros mismos.


Si quieres saber más:

Sobre el bando entero de los alcaldes de Móstoles (y la explicación de por qué eran dos): https://confilegal.com/20190502-el-bando-de-los-alcaldes-de-mostoles-el-comienzo-de-una-guerra/

Sobre la historia de la bandera rojigualda, ligada a la Armada española: https://www.youtube.com/watch?v=A6WOC8GgGuc

Sobre la bandera española, artículo 4 de la Constitución española (siempre me ha parecido que el comienzo de la misma se parece en el estilo a la proclama de los alcaldes mostoleños, con ese aire de valentía y de nuevos tiempos): https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-1978-31229

Artículo “Entre todos”, de Julián Marías, en el que habla sobre el “prodigioso nosotros” que somos toda la comunidad hispánica, sobre la necesidad de no actuar desde el prosaísmo y de oponerse a la mediocridad; también sobre la voluntad de la integración, sobreponiéndose a la “prepotencia socialista”, para poder ser España un país interesante y creador: http://hemeroteca.sevilla.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/sevilla/abc.sevilla/1989/10/27/003.html