Por Nieves Gómez Álvarez, Doctora en Filosofía y profesora
Este año redondo, 2020, que ha
comenzado con un buen tiempo superlativo -debe ser para llevar la contraria a
las alarmistas Cumbres del clima y a las niñas obsesivas- y su dosis, como es
acostumbrado, de proyectos, ilusiones y propósitos, nos ha sobresaltado a los
españoles con la posibilidad de un gobierno irracional, antiespañol y
anticonstitucional. Malos tiempos en buenos tiempos. Malos tiempos con buen
clima. Así es la vida: una de cal y otra de arena.
Como el ejercicio de la visión
responsable es cuestión de serenidad, mirada a largo plazo y visión histórica,
dan ganas de ponerse a pensar. ¿Ha vivido la nación española antes tiempos como
estos, de malos tiempos con buen clima? Veamos… 1936, no, claro que no, además
aquello fue en verano, ya con calores que asfixiaban los cuerpos y las mentes. Antes,
mucho antes: 1808.
Dan ganas estos días de vacaciones
y alguna calma, días de novelas y de disfrute de la vida privada, de volver a leerse
despacio la proclama de los alcaldes de Móstoles -esos que no se dedicaban al
enchufismo ni al escandalismo, sino a la noble labor de unir y de infundir
responsabilidad-:
“Somos
españoles y es necesario que muramos por el Rey y por la Patria, armándonos
contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un
pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey.
Procedan
vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar
tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y
alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y
valiente, como los españoles lo son”.
Ciertamente, dos siglos largos
nos separan de nuestros compatriotas mostoleños. El estilo, donde se habla a los
demás como “vuestras mercedes”, lo denota, así como el “so color”, las “providencias”
y el “acudir a socorro”, precioso cuidado lenguaje decimonónico. Pero además, ni
hoy es necesario morir por el Rey ni por la patria (la Constitución, que aún no
existía, garantiza nuestro derecho a la vida y nuestra igualdad entre todos),
ni nadie se ha apoderado de la “augusta persona” de Felipe VI, nuestro monarca
actual, que sigue al frente de una de las naciones con más historia de Europa.
Y que tiene voz propia, capaz de llamar golpismo al golpismo y desleal al
desleal, como comprobamos en octubre de 2017 y hemos comprobado hace unos días,
con la felicitación navideña.
Pero, si somos sinceros con
nosotros mismos, ¿no tenemos igualmente la conciencia de haber sido invadido
por nuevos “pérfidos” que, simulando amistad y alianza, nos quieren imponer un
pesado yugo?
También, si somos honestos, la
mayoría de españoles, que somos personas sensatas, con voluntad de concordia y con
deseos de un futuro próspero y estable, nos sentimos solidarios con las palabras
de aquellos compatriotas nuestros y con la necesidad de “escarmentar las
perfidias”, acudiendo, en la medida de nuestras posibilidades, al socorro de
esta España inestable, aunque esta vez, no para expulsar con determinación a un
invasor extranjero, sino para neutralizar la acción de las fuerzas
antidemocráticas en las instituciones, que son de todos y hemos creado con
nuestro voto y nuestro esfuerzo. Los “pérfidos”, hoy, no enarbolan una bandera
distinta y su violencia no es, hasta el momento, física. Hacen algo más retorcido:
aparentan enarbolar la misma, pero rompiéndola en trizas y ejercen una
violencia intelectual e institucional, envenenando desde dentro lo que es de
todos. No son franceses con soberbia y desprecio hacia lo español; son
españoles con soberbia y desprecio hacia lo que construyen y han construido
otros españoles.
El filósofo Julián Marías, que
vivió tiempos españoles de lo más inciertos y que supo, siempre, estar a la
altura, como hombre leal y valiente que era, solía reflexionar sobre el
siguiente hecho. Ante problemas de enorme magnitud, las personas se suelen
preguntar: “¿qué va a pasar?”, dando idea, por seguir con el símil
climatológico, de que uno ve venir nubarrones y es consciente de que el
chaparrón le va a caer encima, de una manera un tanto pasiva. Su actitud, sin
embargo, era más bien, preguntarse: “¿qué vamos a hacer?”, en un indudable
ejercicio de libertad activa y de pensamiento responsable.
¿Qué vamos, pues, a hacer los
españoles, en este nuevo año 2020, de promesas redondas pero de comienzos turbulentos?
Pues toda persona siempre
puede “hacer algo”. La vida, como recordaba el admirable maestro de Marías,
Ortega y Gasset, es siempre un quehacer y una faena poética. No
podemos dejar que otros vivan nuestras vidas ni podemos, tampoco, por
imperativo metafísico, moral y estético, hacer de ella una chapuza. Nuestra
vida siempre tiene un margen de libertad creadora y, si no lo tiene, hay que
hacérselo para que pueda ser, propiamente, vida.
No seré yo, una modesta
profesora de Filosofía en Bachillerato, investigadora de la aportación de
Marías al interesante tema de la mujer, la que vaya a decir a cada español lo
que tiene que hacer con su vida en estos tiempos complejos. Nunca lo he hecho,
ni siquiera a mis alumnos, pues efectivamente creo en la libertad personal y en
la capacidad que cada uno tiene para orientar su vida de la manera más lúcida y
más auténtica que sabe. Ese es el espacio que justamente hay que salvaguardar. La filosofía no es un saber imperativo, sino algo mucho
más delicado: un saber orientador, como el faro que luce en el horizonte. No
nos hace el faro el viaje, ese tiene que hacérselo cada embarcación, cada uno;
solo nos muestra dónde están los peligros para que el viaje lo hagamos cada
uno.
Lo cierto es que la filosofía contemporánea
tiene algo que decir a “las mercedes” de los tiempos que corren, es decir, los españoles
de bien. Qué le vamos a hacer, los acontecimientos de los últimos días
también muestran que hay españoles de mal, aquellos que quieren consciente
y maniáticamente el mal para España, sin tener en cuenta que el mal cansiniza y
aburre. Nos tenemos que atener a ello. Las “mercedes” de hoy deberíamos unirnos
en una operación colectiva. Una labor que nos llevase a no dejarnos envilecer
bajo ningún concepto y a fomentar todo lo que de noble, luminoso, creador y afirmativo
que hemos hecho juntos. Desde la unión de España y la constitución del primer
imperio global de la historia (ahí está Elvira Roca para probarlo y defenderlo
con uñas y dientes) hasta la primera circunnavegación de la Tierra o la
creación de una lengua que hablamos mucho más de 500 millones de personas. No
termina, por supuesto, la historia ahí. Las figuras admirables y los logros
españoles se extienden hasta nuestros días, como muestra la estupenda vitalidad
de nuestro deporte, nuestras fuerzas armadas en el exterior o la música en
español, de este lado del Océano o del otro.
No encuentro ningún nombre más
sugerente y soleado que el de “Operación Gualda” para este propósito de sano
orgullo y de otear el horizonte sin malas sangres. ¿Qué es “gualda”? Es el
color de la franja central de nuestra bandera. Las malas lenguas lo interpretan
como que es el recuerdo del oro que los conquistadores codiciaron y esquilmaron.
Las malas lenguas suelen ser bastante tópicas y no tienen en cuenta que el
oro es lo que el Imperio Romano esquilmó de la Península ibérica, siendo la
plata lo que los españoles trajeron de América a Europa -plata que no tenía
allí valor, mucho menos como moneda (que también fue un invento occidental llevado
por los españoles europeos allí)-. Las buenas lenguas, que también las
hay, más bien dicen que el amarillo gualda es un reflejo del ambiente real en
el que se fraguó la historia de la bandera española, allá por el siglo XVIII,
un siglo que seguía siendo de brújulas: un ambiente naval, de paisajes
oceánicos y de amaneceres fulgurantes.
Tal nombre soleado y tempranero
para esta operación no podría sino denotar de manera un poco épica y con alguna
belleza -ya avisaban hace un rato los alcaldes de Móstoles con algo de cultivo
literario que somos gente leal y valiente- la necesidad de que cada uno de
nosotros nos dediquemos a la faena de buscar, allí donde la vida nos haya
puesto, ideas lúcidas, sanamente orgullosas de lo que somos y de quiénes somos.
El mismo filósofo hablaba de españoles orgullosos de sus almas.
La “Operación Gualda” es
también, en consecuencia, un ejercicio de libertad, inteligencia y bondad, por
lo que necesitará distanciarse y poner en cuestión toda idea negrolegendaria, toda
mezquindad, superficialidad y grosería.
No se trata de nada político.
Justamente nuestro problema es que todo se ha politizado y atomizado. Se trata,
más bien, de obligar a la política a que se quede en el mínimo reducto que es imprescindible
y que toda la sociedad civil, sean cuales sean nuestras ideas en ese aspecto
particular de la vida que es la política, más allá de ella, busquemos las ideas
sociales, artísticas, deportivas, educativas, mediáticas, que nos permitan seguir
navegando, para poder vivir así a la altura de nosotros mismos.
Si quieres saber más:
Sobre el bando entero de los
alcaldes de Móstoles (y la explicación de por qué eran dos): https://confilegal.com/20190502-el-bando-de-los-alcaldes-de-mostoles-el-comienzo-de-una-guerra/
Sobre la historia de la
bandera rojigualda, ligada a la Armada española: https://www.youtube.com/watch?v=A6WOC8GgGuc
Sobre la bandera española, artículo
4 de la Constitución española (siempre me ha parecido que el comienzo de la
misma se parece en el estilo a la proclama de los alcaldes mostoleños, con ese
aire de valentía y de nuevos tiempos): https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-1978-31229
Artículo “Entre todos”, de
Julián Marías, en el que habla sobre el “prodigioso nosotros” que somos toda la
comunidad hispánica, sobre la necesidad de no actuar desde el prosaísmo y de
oponerse a la mediocridad; también sobre la voluntad de la integración, sobreponiéndose
a la “prepotencia socialista”, para poder ser España un país interesante y
creador: http://hemeroteca.sevilla.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/sevilla/abc.sevilla/1989/10/27/003.html