lunes, 22 de octubre de 2018

Polonia: una fascinante versión de Europa

Por Nieves Gómez Álvarez

 Una imagen artística de la inteligencia musical de Chopin





                                                                                                      Dedicado a San Juan Pablo II,
                                         en el 40º aniversario del comienzo de su Pontificado

El II Encuentro de la European Society for Moral Philosophy, celebrado del 18 al 20 de octubre en Varsovia (Polonia) ha sido la ocasión para que un puñado de devotos de la filosofía nos dediquemos durante unos días a reflexionar sobre un tema tan necesario como delicado: la esperanza. Scholars y cultivadores del saber filosófico, procedentes de Italia, Grecia, Francia, Alemania, Austria, Países Bajos, Suiza, Polonia, España, Inglaterra, Irlanda y también, fuera de las fronteras físicas de Europa pero en hondo diálogo con ella, de Estados Unidos y China, nos hemos reunido en el Instytut Politologii de la Kardynala Stefana Wyszynskiego, en un tranquilo campus de las afueras de la capital polaca para pensar sin prisas sobre la posibilidad de la esperanza, sus implicaciones morales, su relación con la política, sus relaciones teológicas y para hacer ciertas lecturas de la cuestión desde distintas tradiciones filosóficas, desde Platón y la filosofía antigua a la contemporánea, pasando por la Patrística, la filosofía medieval, Kant, la fenomenología y la más reciente tradición española de José Ortega y Gasset, Julián Marías y Pedro Laín Entralgo, quienes ha reflexionado largamente sobre la cuestión en su obras Breve tratado de la ilusión y La espera y la esperanza. Teoría e historia del esperar humano.


Una de las calles principales de Varsovia

La European Society, que es joven pero al mismo tiempo madura, por el alcance de sus proyectos y la responsabilidad de sus reflexiones, tiene la pretensión de establecer un núcleo de personas dedicadas a pensar los problemas contemporáneos en diálogo con la sociedad. De manera que tiene la intención de publicar los resultados de estas reflexiones comunes y de estos días volcados, al menos intelectualmente, sobre la esperanza. En sus deseos está también volver a reunir a personas dedicadas a la filosofía dentro de dos años en otra capital europea, para reflexionar sobre un tema de relevancia para la filosofía moral.
No ha sido secundario para este tema el lugar escogido: después de haberse celebrado el primer encuentro en Italia, hace dos años, sobre el tema de la bondad, otro espléndido país europeo, Polonia, ha servido como la sede del segundo.

¿Por qué Polonia es un escenario interesante para ponerse a pensar sobre la esperanza?

Quizá cuando uno habla de Europa desde el sur de la misma, la imagen mental que nos brota es la del continente trazado desde donde estamos, de tal manera que lo que nos queda más cerca son los países vecinos “en primer grado” y puede que en segundo. Es decir, para un europeo o europea del sur, la imagen de su continente está marcada por la presencia que le marcan las noticias, los países que están más cerca y cuyas decisiones quizá nos afectan más directamente. Incluso los que tienen idiomas con raíces similares. Pero quedan en un tercer, cuarto o quizá décimo plano aquellos otros países que, por distancia, por tamaño o por discreción no figuran en ese mapa mental. Polonia, para alguien del sur de Europa, podría estar entre estos últimos. Es decir, que su intensa e indudable personalidad queda desdibujada por el hecho de que está mucho más lejos de España que Italia, Francia, Alemania o Portugal. Y también por el factor lingüístico: es un hecho que cuando alguien del sur de Europa va a Polonia entiende que no entiende; se trata de un idioma con otras raíces y otras vivencias cristalizadas en palabras.
Es, sin embargo, de lo más revelador ampliar el foco de visión y dar cabida en ese mapa mental interior a otras versiones de Europa. Otras que, precisamente por tener diferentes instalaciones lingüísticas, vivencias históricas y, se podría decir así, distintas jerarquías de estimaciones, podrían tener la capacidad de pensar los problemas europeos de modos distintos a los ya habituales.
Polonia es uno de esos países que, por su historia reciente, de fuerte conciencia de patria, de resistencia frente a las ideologías totalitarias y de reasumir su pasado reciente, parece tener unas interesantes reservas culturales y espirituales frente a los problemas que cruzan el continente de parte a parte. Polonia parece mirar la vida con una madurez serena y saludable, con unos almacenes vitales bien llenos de posibilidades por desarrollar. Su temple es el de quien ya ha ido y ha vuelto.
Lindando con Alemania, la República Checa, Eslovaquia, Ucrania, Bielorrusia, Lituania y Rusia, este país de 40 millones de habitantes, con uno de los ríos más grandes de Europa, el Vístula, tiene un enorme territorio poblado de montañas, de campos de cultivo y de ciudades llenas de historia, como las más conocidas de Varsovia y Cracovia o las menos de Gdansk, que experimentó un enorme crecimiento del siglo XV al XVIII, al ser una ciudad hanseática; Tuczno o Krag, con reminiscencias renacentistas; o Wroclaw, la capital de la Baja Silesia, con su interesante mezcla de gótico, barroco y estilos contemporáneos, como en el edificio llamado Hala Stulecia, realizado en 1913 por Max Berg, hoy en la lista del patrimonio mundial de la UNESCO. Y quién diría que en Polonia se puede encontrar una Biosfera con campos de dunas móviles. Está, sí, en Slowinski.
Tras la conversión al cristianismo y el bautismo en 966 de Mieszko I, este territorio llamado según la tribu de los “polanie”, quienes habían estado presente desde los inicios de la Edad Media, comienza una andadura que verá momentos brillantes, como los protagonizados por el rey Kazimierz III, el Grande, en el siglo XIV, quien le dio seguridad política y económica; o por la Dinastía de los Jagellones, quienes vencieron a los caballeros teutónicos en el siglo XV. Durante el siglo XVI, Polonia se había convertido en uno de los países más ricos y más extensos de Europa, lo cual dio lugar a la conocida como “Edad de Oro”. Fue entonces cuando el rey Zygmunt III Vasa movió la capital de Cracovia a Varsovia.
Los tiempos siguientes, mucho más revueltos, constituyeron un reto que los polacos solventaron con la redacción de su constitución en 1791, siendo el primer país de Europa en tenerla, y solo el segundo en el mundo tras la de Estados Unidos. De manera que Polonia fue el primer país del continente en alcanzar la madurez democrática. Claro que fue una trayectoria truncada, pues el país fue sucesivamente dividido y dependiente de los imperios de Rusia, Prusia y Austria. Sería en 1918, tras la I Guerra Mundial, cuando este país de resistentes vuelve a ganar su independencia y sus territorios, gracias al General Jósef Pildsudski. No por mucho tiempo, pues era una pieza codiciada por uno de sus vecinos europeos. Como es bien sabido, la II Guerra Mundial comienza cuando las tropas de Hitler invaden Polonia el 1 de septiembre de 1939, iniciando así un periodo de tragedia y heroísmo a partes iguales. En 1945, tras haber sufrido enormemente y haber perdido el 85% de la ciudad y gran parte de su población, especialmente judía, Polonia queda, según el mandato de la Conferencia de Yalta, bajo la bota soviética, bajo la que estaría en las siguientes décadas, hasta que en 1980, la población polaca muestra su oposición a las autoridades comunistas. Unos años más adelante, Lech Walesa, un modesto electricista que parecía llamado a electrocutar las ideas contradictorias del comunismo y hacer que este entrase en cortocircuito, se convierte en presidente de esta nación y en todo un símbolo del trabajador oprimido por el comunismo. Los años siguientes verían ingresar a este país luchador en la OTAN y también en la Unión Europea. De manera que ahora todos los europeos tenemos un poco de este país que encara el futuro como su bandera, una orgullosa águila blanca coronada, con las alas extendidas como mostrando que tiene aún mucho por volar, bajo el fondo rojo de su historia dolorosa y heroica.
Polonia es un escenario ideal para hablar sobre la esperanza porque ella misma ha hecho varias veces la experiencia a lo largo de su milenaria historia de cómo esta virtud es lo último que se pierde, como el humilde resto que queda en la caja de Pandora. Podrán haberse desatado los males por el continente -como en el mito griego-, podrán haber sido destruidas las ciudades por el odio, la rabia y quién sabe, quizá la envidia, pero Polonia, como su águila sanamente orgullosa, da la impresión de sobrevolar sobre todo ello. O de sobrenadar, como la sirena. 

La imagen de la sirena protectora de la ciudad


Varsovia: una ciudad ave-fénix

Hay ciudades europeas espléndidas, que van sobreponiendo como en estratos sus vivencias y sus experiencias históricas (París, Londres, Viena), hay otras que, como Madrid, de un pequeño núcleo se convierten en unos pocos siglos en enormes ciudades habitadas ordenadamente por millones. Varsovia es un tercer tipo de ciudad. Una ciudad prácticamente arrasada en la II Guerra Mundial cuyos habitantes no se han conformado con la destrucción, la muerte y la desaparición, sino que parecen haberse dicho a sí mismos, como el buen Dios ante Adán: “no es bueno que el continente europeo esté solo. No es bueno que Europa no tenga a Varsovia”. Y se han lanzado a reconstruirla. Este gesto -que duró por supuesto décadas, que aún hoy ejercen los varsovianos en su escenario vital- representa para mí una fascinante versión europea: la de aquellos que reconstruyen y rehacen, que vuelven a poner en pie, en la existencia lo que cayó; aquellos que no dejan que se pierdan las maravillosas posibilidades que han existido, la de los que no se dejan avasallar ni permiten que les hagan desaparecer por la desidia o las malas pasiones. Varsovia es una ciudad esperanzada en sí misma, pues simboliza como esta enorme virtud no es pasiva, sino muy despierta y activa. Es capaz de hacer frente con enorme fortaleza a las tendencias destructivas que en ocasiones rebrotan en los viejos europeos y cómo, incluso cuando se han sufrido los embates del mal, la esperanza resurge de debajo de las cenizas.
Sin duda que cuando las guías de Polonia hablan de esta ciudad como de un “ave-fénix”, el símbolo de los resurgimientos, en gran medida aciertan. En el Palacio rehecho, en la columna vuelta a levantar, con la escultura recuperada de entre los escombros y en las casas que se reconstruyen, rememorando el primitivo esplendor, se encuentra el reflejo de una versión discreta de la personalidad europea: la vida no es solo revolución ni ruptura, sino también continuidad y recuperación. Al hacer todo eso, el varsoviano, la varsoviana, muestra que la esperanza es virtud de resistencia y que no se resigna a dejar perder lo que le parece valioso.

Un país de ciencia y música

Un concierto en el Chopin- Point para culminar el encuentro 
de la European Society for Moral Philosophy

Cuando se ve a los pequeños polacos, educados y sonrientes, posando bajo la sirena defensora de la ciudad, que se encuentra en la Plaza del Mercado -y que es protagonista de una espléndida leyenda, hermanando en la ficción a la ciudad con Copenhague-, o cuando se contempla la tranquilidad con la que los adultos beben la morena cerveza, no cabe menos que preguntarse: ¿de dónde brota el sereno patriotismo de nuestros vecinos del Norte, los polacos? No es agresivo, ni combativo; no es sensiblero ni victimista; tampoco es infantil ni nostálgico. Es nacional sin ser nacionalista, maduro sin ser escéptico y esperanzado sin ser ingenuo. En otras palabras: es un patriotismo muy equilibrado y difícil, que se alimenta de un elemento no tangible, pero no menos existente. Ese elemento es la cultura común. Los polacos se saben polacos, irremediablemente polacos; y eso, sí, les gusta. Se saben distintos, irreductibles a todos sus vecinos europeos, y creen firmemente que es bueno que su diferencia coexista. Con quien les ha intentado aniquilar, con quien les observa curioso y con quien, con razón, les admira. Frente a todos ellos, Polonia existe con existencia propia y con personalidad distinta.

La escultura a Nicolás Copérnico


Pasear por las calles de Varsovia implica necesariamente caer en la cuenta de que los europeos polacos tienen una interesante capacidad de admirar: por aquí está el monumento a Copérnico, por allá el de Marie Curie, muestra de una fabulosa posibilidad femenina y de una notable madurez científica. 


Marie Curie, dos veces Premio Nobel, en el espléndido otoño de Polonia


En otra de las calles principales se puede ver cómo un buen polaco se rinde ante los poetas y, por supuesto, ante los músicos y más si son románticos, como Chopin. 

Monumento al poeta Adam Mickiewicz


El artista repartió no solo su vida entre Polonia y Francia, entre Varsovia y París, sino también su cuerpo: está enterrado en un cementerio parisino, pero su corazón reposa en la iglesia de la Santa Cruz de la capital polaca. Todo un símbolo de dónde estaba su tesoro (y su corazón).

El corazón de Chopin en Varsovia


La ciudad sigue vibrando bajo los tonos del Romanticismo musical, pues se siguen organizando conciertos en el “Chopin- Point” y en otros espacios, y en la propia ciudad se puede ver una ruta con “bancos musicales”, de manera que se puede uno sentar (si no hace mucho frío, nieve o lluvia) y pulsar el botón que le permitirá escuchar una de las melodías chopinianas, en un sitio efectivamente ligado a su vida.

Un banco chopiniano (al pulsar la tecla emite música)

Podría parecer un título de cuento, pero efectivamente Polonia es un país de ciencia, música y… religión, donde mirar el cielo no está en contradicción con estudiar la tierra y la estructura de la materia (Marie Curie es buena prueba de ello, con sus dos Premios Nobel, uno ganado con su marido y el otro sin él) o donde escuchar a Dios, al modo como lo ha hecho San Juan Pablo II no parece que se contradiga con escuchar el corazón del hombre, tal y como ha hecho Chopin. 

El insuperable San Juan Pablo II el Magno, todo un símbolo de Polonia

En el concierto con el que la European Society for Moral Philosophy cerraba las reflexiones filosóficas sobre la esperanza, el pianista italiano que ofreció el concierto explicaba el estilo del polaco: Chopin, sorprendentemente, combina tonos asociados a la alegría con otros a la tristeza, momentos ascendentes con los descendentes. Será que estaba reflejando cómo es Polonia, toda ella, con su inteligencia musical. Quién sabe si no reflejará esto también un poco la personalidad europea.

Renacer, revivir, rehabitar

¿Qué queda en la Polonia actual de los dos totalitarismos que ha tenido que sufrir durante el último siglo? Es difícil creer que este país haya sufrido por dos veces y con dos signos distintos, la tendencia destructora y la intención de acabar de raíz con quien fue, con quien es. Las matanzas programadas y concienzudas de los nazis no acabaron con los grandes hombres de letras y ciencias. Es más: décadas de educación comunista no acabaron, desde luego, con el cultivo de la lengua, ni de la cultura, ni de la conciencia nacional. Muy al contrario, los intentos sistemáticos por destruirla solo causaron un más hondo interés y una búsqueda más anhelante de vitaminas poéticas, teatrales, musicales, artísticas, filosóficas que les alimentasen. Los polacos necesitaron, una y otra vez a lo largo del siglo XX, buscarse a sí mismos. Y se encontraron en sus paisajes, en los físicos y en los culturales.
Es de lo más representativo ver cómo esta voluntad de renacer, revivir y rehabitar se encuentra en los espacios comunes y cómo su manera de organizar esta ciudad rehecha después de la casi entera destrucción expresa este modo colectivo de verse: la Torre de las Ciencias y la Cultura se levantó en Varsovia para simbolizar el poder de la Unión Soviética sobre su vecino. La propia estructura muestra que la Unión Soviética vio en Polonia una vencida, a quien había que dominar porque era rebelde; lo más llamativo es la relectura que los varsovianos han hecho de este lenguaje arquitectónico, sin olvidar su propia historia. 

La Torre de la Cultura y las Ciencias

Pues esta Torre hoy día se ha reconvertido en un espacio dedicado efectivamente a la cultura polaca y a las ciencias, desde donde se puede admirar una ciudad que crece entre la admiración a su propia tradición y la confianza segura en la modernidad. Lo que fue un símbolo de la dominación y la ocupación irrespetuosa es hoy un símbolo de una cultura más fuerte, más poderosa que la dominadora. Y desde ella se puede contemplar una ciudad que hoy día se mueve entre la tradición y la modernidad, entre las sinceras oraciones en polaco, en las bien pobladas iglesias, y las conexiones de la más moderna tecnología. Los polacos conectan con Dios y parece que eso les lleva a conectar mejor con los semejantes también.

Una imagen de la moderna Polonia desde la terraza de la Torre

Un breve viaje de cuatro días (que deja desde luego ganas de conocerla más a fondo) revela por qué Polonia es una fascinante versión de Europa: en ella se puede encontrar la madurez democrática, la madurez científica, la madurez femenina. Todas ellas, espléndidas posibilidades de las que participamos todos los europeos.

La Polonia esbelta y moderna

Para saber más:

-         -  Sobre la European Society of Moral Philosophy: http://moralphilosophy.eu/
-Sobre la leyenda de la sirena de Varsovia: http://www.enpolonia.com/2011/02/sirena-varsovia.html
-  - Para escuchar música de Chopin: https://www.youtube.com/watch?v=TqyLnMa3DJw
-          En este vídeo, “Varsovia, Polonia, historia de dolor y libertad”, se puede ver una breve historia de Varsovia, con muchas imágenes de la ciudad y enterarse de datos muy interesantes, como que el nombre de la sirena está en el nombre de Varsovia o que el primer Ministerio de Educación del mundo fue el polaco: https://www.youtube.com/watch?v=EXKKHEi9fxo