Un
escenario de ensueño, abierto al mar infinito, el Palacio de la Magdalena, en
Santander, ha presenciado estos días, del 30 de julio al 3 de agosto, el empeño
de unos cuantos hombres y mujeres por rescatar la Historia de España. Unos
caballeros y damas que en otros tiempos españoles podríamos haber denominado
“andantes” y que en estos momentos delicados quizá sería más adecuado apellidar
de “imaginantes”. En todo caso, con su hacer novelador o historizador, siguen
siendo igualmente aventureros en busca de proezas, aunque en este caso no
físicas, sino intelectuales y argumentales.
Pues
estos escritores y escritoras, herederos de una tradición fabulosa, que lleva
dentro de sí a Benito Pérez Galdós, a Gustavo Adolfo Bécquer, y a tantos otros,
se ha propuesto acudir en rescate de una prisionera de muchos amos tiranos,
como es nuestro milenario haber colectivo; hoy día la Historia española y la de
las empresas hispánicas están en manos de la deformación, de la ridiculización
o de la desorientación, cuando no de la mirada mezquina o aviesa. Estos
escritores se han confabulado para libertarla de todos los tópicos y dejarla
vivir en espontaneidad, empeño del todo heroico en los tiempos que corren.
“La
novela al rescate de la Historia de España” ha mostrado, en un curso intenso y
con una asistencia bastante numerosa, el panorama fascinante de nuestro
argumento colectivo, con sus luces y sus sombras, pero siempre con un hilo
conductor y con la certeza de encontrar unas cuantas figuras españolas excepcionales,
sea la época que sea. También en la contemporánea.
Cuando
lamentablemente los medios de comunicación se fijan en exceso en los males del
presente y, sobre todo, en los males
-que siempre hay- este grupo de escritores y escritoras nos muestra que la
mirada al presente no puede ser monádica y desligada de todo lo demás; nuestro
presente está habitado por quienes hemos sido colectivamente; nuestros
problemas de ahora son herederos de planteamientos y situaciones que encuentran
sus fuentes mucho antes y los males -la Historia es bien experta en esto-, han
convivido siempre con los bienes y
con las capacidades humanas para encontrar soluciones complejas a problemas
complejos.
En
la presentación de tamaño curso, decía el escritor y periodista Antonio Pérez
Henares, condensando el deseo de los organizadores y de los que hemos ido a
aprender de ellos: “Los españoles quieren saber sobre sí mismos, quieren
reconocerse en lo que fueron, quieren reencontrarse con España y en ella, y no
en la avergonzada caricatura en la que se ha pretendido estabularles. Eso está
pasando. Y se está viendo al mismo tiempo en los balcones como en los estantes
de las librerías”.
¿Quiénes
son estos caballeros y damas imaginantes? Son Antonio Pérez Henares, José Calvo
Poyato, Juan Eslava Galán, Santiago Posteguillo, Juan Luis Arsuaga, Serafín
Fanjul, Isabel San Sebastián, Almudena de Arteaga, Fernando Martínez Laínez,
Emilio Lara, Fernando García de Cortázar, José Luis Corral, Jesús Maeso, Elvira
Roca Barea y Javier Sierra.
El Palacio de La Magdalena
Biología y biografía: la especie que
imagina e interpreta
Si
el escritor y periodista Antonio Pérez Henares hacía notar cómo la escritura de
la Historia, la escriba quien la escriba, siempre conlleva una interpretación,
el profesor Ignacio Arsuaga señalaba cómo la Historia… comienza mucho antes de
la Historia; es decir, que nuestro acontecer humano sobre la faz de la Tierra
es realmente breve, en comparación con procesos biológicos muy anteriores. Y
que el humano, un modo de realidad sorprendente, ha evolucionado de maneras
inesperadas desde que vivimos en el mundo, en este concreto -y no simplemente
lo habitamos-. Planteaba el mismo profesor Arsuaga, quien también es escritor
de novela histórica, que el estudio de la evolución humana ofrece determinados
datos que echan por tierra ciertos tópicos: el hombre de cualquier época podía
alcanzar los 70 años de vida y lejos de ser viejo a los 30 o 40 años, lo cierto
es que habría que considerar estas edades según las formas de vida de aquel
tiempo. ¿Cómo podría el historiador o novelista histórico imaginarse a
paradigmáticas figuras, tales como Alejandro Magno, Julio César o Jesucristo?
El parecer del profesor Arsuaga es que no hay que escatimar en capacidades
físicas y vitales: más bien habría que conceder
y añadir, pues las formas de existencia llevan a pensar que eran hombres
hechos a la vida esforzada y con intensos motores vitales. No eran, a los 30 o
los 40, hombres decrépitos -ni, se encargó de señalar, ausentes de dentadura-.
Lo que sí es cierto es que la especie humana ha logrado vencer las barreras
biológicas e internarse en vericuetos que se escapan a esta, como son los biográficos.
Así pues, necesitamos esa única capacidad que tenemos los humanos, como es la
capacidad simbólica, no solo para comprendernos a nosotros mismos, sino también
para seguir proyectándonos.
Un
dato que la biología arroja sobre la humanización es el hecho de que la humana
es una especie de lo más peculiar, una especie en la que la fecundidad de sus
hembras puede acabar en sentido biológico, pero no acaba desde luego en sentido
vital. El profesor Arsuaga, entre las muchas ideas lanzadas, expresaba que el
patrimonio humano debe enormes sectores a este hecho, que se escapa a la
biología: los humanos acumulamos patrimonio biográfico, como en el caso de las
abuelas, y este humano saber se comunica, gracias al lenguaje, incluso cuando
ya no hay directamente una función biológica. Las mujeres con cierta edad son
importantes en la vida de las sociedades, en el sentido de que comunican todo
ese saber vital, lo transmiten y dan estabilidad a las nuevas generaciones.
Indudable es pensar que la mujer ha tenido en gran parte de la Historia esta
capacidad estabilizadora y transmisora de relatos, también colectivos. La enorme singularidad de nuestra especie,
decía el Profesor Arsuaga, estriba en que
la mujer tiene una larga vida
post-fecundidad. Una vida en la que sigue siendo depositaria y transmisora
de la Historia y de la experiencia colectiva.
Lenguaje escrito y lenguaje audiovisual
A lo
largo del curso ha sido un tema recurrente la dificultad que parecemos mostrar
los españoles y, en general, el mundo hispánico, para contar la realidad, que en nuestro caso, en numerosas ocasiones,
parece ser irreal de puro inverosímil. Los novelistas históricos son bien
conscientes de que tenemos una historia fascinante, asombrosa, llena de
momentos culminantes y de figuras excepcionales. Y, sin embargo, no tenemos quien cuente todo esto. No
tenemos quien cuente, como afirmaba el escritor Antonio Pérez Henares, que
fuimos los causantes, cuando alumbraba la Edad Moderna, de que de repente el
mundo se hiciera el doble ni que le diésemos la vuelta, es decir, que lo
globalizásemos. No se refiere esto a la palabra escrita y al relato contenido
en los libros -que ellos cultivan con gran esmero-, sino al lenguaje del noveno
arte.
¿Por
qué hay esta enorme carencia y esta ausencia de mitos hispánicos compartidos?
Los distintos escritores han esbozado las preguntas que apuntan a hecho tan enigmático
y a mutismo tan extraño: ¿Es que tenemos inutilidad técnica para la narrativa
audiovisual? ¿Es que tenemos vergüenza de nosotros mismos y nuestra excepcional
historia? ¿Es que nos parecen, en el fondo, mejor los otros relatos, sobre todo
los realizados por la cultura anglosajona? ¿Es que, en el fondo de nuestras
mentes, hemos acabado por aceptar que somos inferiores -así, sin paliativos y
absolutamente- a otras culturas y que no merece la pena lanzarse a mirar
épicamente hacia los nuestros?
Los
caballeros y damas imaginantes optan por hacer lo mejor que pueden eso que
saben: imaginar, escribir, hacer que otros imaginen y conozcan. Que sientan en
sus mentes la emoción callada de descubrir otra manera de ver la realidad, la
iluminación intelectual de comprender que no todo es consabido. Y, ahora, con
esta especie de compañía o convención
escritural, se han propuesto todos ellos que los españoles recorramos la
Historia española, toda la Historia española, a través de sus obras. Y que no
solo la descubramos, sino que tomemos posesión de ella y no vivamos por debajo
de nosotros mismos.
Hacen
falta, pues, vocaciones españolas audiovisuales con pretensión de lucidez y con
voluntad de contar historias no oídas ni vistas aún. Pretensión de mostrar de
manera rigurosa la realidad, pero a la vez teniendo capacidad admirativa cuando
es esta la actitud adecuada ¿Qué serían los tres siglos de los Virreinatos de
Nueva España contados con inteligencia y esmero, sin resentimientos ni malas
sangres? ¿O qué, relatos tan icónicos como los Tartessos, los Amantes de Teruel
o la gesta de Magallanes y Elcano? Los escritores de novela histórica y de
historia tienen miles de argumentos esperando. Esperando que haya un ojo
genial, varios ojos geniales, capaces de contar nuevas historias con la altura y
la perspectiva adecuadas. Libre de Leyendas Negras. Libre de resentimientos
estériles, libre de cualquier odio y en franquía para la ficción creadora.
¿Escritores o historiadores?
También
ha habido varios momentos en los que los escritores, ejerciendo una mirada
introspectiva, se han preguntado por su propio hacer frente al resto de la
sociedad: ¿quiénes somos nosotros? ¿qué hacemos? ¿para quién lo hacemos? Más
aún cuando varios de ellos son historiadores o profesores por un lado, pero
novelistas históricos por otro. El novelista histórico tiene algo de
arqueólogo: esa tipología humana tan peculiar del hombre que, instrumento en
mano e idea en la cabeza, busca y busca hasta que encuentra evidencias. El
novelista histórico necesita documentarse y la mayoría ha constatado en este
curso que lo hace, incluso concienzudamente; pero después coloca ese dato, como
el arqueólogo su hallazgo, en la perspectiva adecuada para ser comprendido y en
el lugar que le corresponde en la serie de los hechos para que conforme una
historia inteligible.
El
novelista puede ser historiador -de hecho, algunos lo son-, pero cuando escribe
novela histórica, lo que es ante todo es escritor. Alguien que necesita escribir para ser quien es,
alguien que ha sido habitado por esos personajes a los que después pone
apariencias concretas, voces, circunstancia. Un novelista histórico no es un
mero acumulador de informaciones, por muy extensas que estas sean, sino un contador de historias. Alguien que
aplica la razón vital para comprender al personaje o a la época en cuestión y
que también la aplica para hacer entender cómo eso novelado le ayuda a
comprenderse a sí mismo.
Novela histórica y capacidad para
despertar la conciencia social
Han
sido sobre todo los novelistas dedicados a épocas complejas, como Santiago
Posteguillo (Imperio Romano), Serafín Fanjul (la conquista musulmana), Isabel
San Sebastián (los reinos cristianos) o Fernando García de Cortázar (época de
los descubrimientos) quienes han puesto sobre la mesa el hecho peculiar de cómo
es preciso despojarse de los tópicos, cuando uno se acerca a la Historia de
nuestro país, y cómo hay que habituar a la mirada a adecuarse a los datos
rigurosos.
Por
una parte, Hispania fue territorio destacado y muy determinante en el Imperio
Romano; por otra parte, el factor islámico fue un dato sobrevenido a las
trayectorias ibéricas -y además, según el especialista Fanjul, en obras como Al-Andalus, la invención de un mito-, hay
enormes confusiones con esta época, tales como la desorientación que ha
introducido la utilización indistinta de la literatura francesa de dos
conceptos tan diferentes como son el de “andalusí” y el de “andaluz”. Por su parte,
Isabel San Sebastián reivindicaba, ante todo desde su condición de mujer, la
aportación del Cristianismo y el hecho de que España ha sido el único país del
mundo que ha logrado una completa proeza: fue un país islamizado pero se
“desislamizó”, en un proceso de 8 siglos, para adherirse a un proyecto colectivo,
que es el de Occidente, donde las mujeres no eran inferiores, sino que, como
muestran notables ejemplos de reinas en los Reinos cristianos, ejercían el
mando con una personalidad enérgica y bastante capaz. Hubiera España
permanecido en la dominación implícita en el proyecto del Islam y sería hoy la
mujer española realidad bien distinta a la que es. En el choque
Islam-Cristianismo, según Isabel San Sebastián, venció el Cristianismo, que
significaba Occidente, la forma más libre, inteligente y civilizada de vivir.
A
juicio de Fernando García de Cortázar, profesor en la Universidad de Deusto y
también escritor, el siglo XVI español no se ajusta tampoco demasiado a los
tópicos. Es un siglo en el que hay gesta, heroísmo, deseo de mejorar. Hay el
Descubrimiento de un mundo nuevo, de un mundo físico, pero también el
descubrimiento de otro mundo no tan físico, como es el mundo de la libertad, de
la mano de los que, como él, eran jesuitas esforzados y se dedicaron con sus
mentes bien pulidas a fundamentar la cuestión de la libertad humana (convicción
católica) frente al determinismo (convicción calvinista) en el Concilio de
Trento. Mirar con detalle a esta época, sin dejarse llevar de actitudes
consabidas, tendría que mostrar que España lideró una manera europea de ver la
realidad que no era inferior a la que después se ha impuesto como discurso
oficial. Además de esto, la Escuela de Salamanca, con figuras como Francisco de
Vitoria a la cabeza, creó las bases del Derecho Internacional. No se queda
corto Cortázar al comparar su influencia en la civilización occidental a la que
ha ejercido, por ejemplo, la Academia de Platón. Desde luego que todo esto nos
obligaría a leer con un espíritu mucho más crítico las opiniones de los
ilustrados franceses sobre España; sus propias ignorancias y omisiones sobre
España y su cultura, sobre sus filias y sus fobias. Sería necesario, decía Cortázar,
desarrollar un “patriotismo cultural”, lo cual nos llevaría a reescribir la
historia europea, de tal manera que se calibrase mucho más justamente la
aportación de los países del sur de Europa.
De
manera que todos los novelistas históricos de épocas complejas nos traen
enseñanzas profundas, poco sujetas a los tópicos y a las consideraciones
simples. Somos una nación heredera de experiencias históricas muy complejas y
olvidarlas o ignorarlas significa pretender simplificar una realidad altamente
valiosa.
La
novela histórica, pues, cuando es escrita con esmero, tiene la capacidad para
despertar en nosotros la conciencia de quiénes somos, de qué es lo que “nos”
pasó para llegar a ser quienes somos. Los españoles de ahora llevamos dentro a
los íberos, sí, pero también a los fenicios que fundaron esa ciudad que es una de
las más antiguas de Europa, como es Cádiz; llevamos dentro también a los
hispanos romanizados, a los visigodos, a los musulmanes que nos dominaron pero
que no representaban nuestros proyectos más auténticos -adherirnos a la
libertad, a ser occidentales, europeos-; a los humanistas y renacentistas, con
sus aciertos y profundos errores; a los hombres y mujeres barrocos, románticos
y contemporáneos. Somos todo esto y lo que a partir de ello construyamos.
La
novela histórica, señalaba Serafín Fanjul, es una manera de que los
intelectuales devuelvan a la sociedad el esfuerzo y la inversión que esta
dedica a la cultura con sus impuestos. De tal manera que la educación superior
no se convierta en un sector ultraespecializado, con escaso diálogo y
aportación a la sociedad, sino en una instancia que confiere seguridad,
orientación y certezas a la sociedad.
Sería
un tema que podría dar para otro curso, pero no puede dejar de señalarse que
los “Novelistas por la Historia” son ellos y ellas. Los escritores españoles de
novela histórica leen a las escritoras y ellas leen a los escritores, que en
ocasiones son también amigos. Y no solo se leen, sino que además se admiran.
Hecho tan notable no puede pasar desapercibido, en un momento histórico en el
que parece que Marx, a pesar de sus ideas arcaicas, sigue causando furor sobre
todo con su planteamiento de la lucha de estamentos y de la confrontación
sistemática.
En
esta “sociedad de las letras” reina la concordia y hay que decir que es de lo
más grato. Hay escucha mutua, hay respeto y hay diálogo real. Se intercambian
perspectivas y se completa la realidad.
Pero
además de este equilibrio dinámico a
nivel del pensamiento imaginante, resulta que todo aquel que escribe sobre
mujeres españolas destacadas de nuestro pasado nos muestra un hecho apabullante
y más sorprendente cuanto que el tópico se afana en decir justo lo contrario:
las mujeres españolas de ciertos momentos de nuestra Historia no son
representantes en absoluto de una España retrasada, ni oscurantista, ni mucho
menos machista. Son más bien mujeres de una enorme altura humana, incluso
moral. Son mujeres que muestran que España iba a la cabeza, liderando el cambio
de mentalidad. En este sentido, Almudena de Arteaga nos ha mostrado, como ya
había hecho también Salvador de Madariaga en su escrito Mujeres españolas, la altura excepcional de Catalina de Aragón -a
quien su pueblo, sus súbditos ingleses, adoraban, mientras en la historia
española pasa más bien desapercibida, cuando no burlada por los desmanes de su
orondo y caprichoso marido-. Igualmente se podría decir esto de María de Molina
o de Beatriz Galindo, la Latina.
La
Historia española nos muestra la personalidad de mujeres que han sabido estar a
la altura de las circunstancias y que, lejos de estar arrinconadas u
“oprimidas” (término que suena demasiado a marxismo y, por tanto, a anacronismo),
han sabido comportarse con enorme carácter y con visión de futuro. Y, eso por
supuesto, mientras están bien instaladas en su condición de mujeres, sin rehuir
al hombre pero sin pretender imitarle tampoco.
Las
escritoras presentes en el grupo no son solo dignas herederas de estas mujeres
de carácter, sino que además han mostrado durante el curso que las letras en la
historia española no han sido patrimonio solo masculino. También hay una manera
femenina de imaginar. Estas escritoras, cada una con su huella única, son
muestra de que entre el abanico de posibilidades femeninas españolas está
también la de ser escritora y tener la capacidad de aportar una voz diferente.
No disonante, sino más bien concordante.
Personalmente,
me he hecho la pregunta de cómo es posible que teniendo unas mujeres de
excepcional carácter, cultura y capacidades como las que tenemos en nuestra
historia española, sigamos creyéndonos la cansina cantinela de que la historia
femenina española es una historia de opresión. A juicio de Almudena de Arteaga,
este es un capítulo particular de la
Leyenda Negra también, que los hechos puros y duros desmienten con bastante
lucidez.
Frente a la Leyenda Negra… lucidez
blanca
Precisamente
el tema de la Leyenda Negra ha sido uno de los temas que se ha tratado en
profundidad, y al que la escritora Elvira Roca ha aportado también, como otros
escritores, con su saber y sus posibles soluciones.
Conferencia de Elvira Roca
La
Leyenda Negra, a juicio de Emilio Lara, es un artefacto, un mecanismo con
diferentes capas, fruto de la envidia, la admiración y el temor. Por lo cual
requeriría de unas pinzas intelectuales que sepan diseccionar esos diferentes
elementos y verlos con la distancia -y con la ironía- que se merecen. No puede
uno tomarse en serio todas las opiniones del envidioso, así como no se las
puede tomar al pie de la letra cuando vienen del resentido. Desde esta óptica
de “entre líneas” es como habría que leer la Historia, y también los relatos en
los que aparece sistemáticamente representado el español como “el malo”.
El
novelista, la novelista del género histórico, son como nadie capaces de
mostrarnos cómo se generan estas fuertes emociones viscerales, y cómo debería
ser la altura adecuada para tratarlas, sobrellevarlas y superarlas. Pues no
todos los pueblos de la tierra son o han sido envidiados y, por tanto, han
tenido que vérselas con uno de los pecados
capitales y estar dispuestos a buscar virtudes
capitales para vivir con ello, por encima de ello.
¿Cómo
se supera la Leyenda Negra si aplicásemos lo que podríamos llamar “lucidez
blanca”, es decir, la capacidad de desarrollar un pensamiento riguroso y veraz
con el cultivo de las buenas formas? Pues parece, como bien afirma el escritor
Jesús Maeso de la Torre, que todas las acciones más o menos bellacas de otros
pueblos y de otras naciones prescriben, pero las españolas… ¡eso sí que no! El
español tiene que pervivir como el malo, porque si no, ¿a quién se le echarían
fácilmente las culpas de manera simplista, sin tener que asumir
responsabilidades propias? Ironías aparte, el mismo Jesús Maeso de la Torre
afirmaba que la Leyenda Negra tiene que
prescribir (igual que han prescrito ya, y hace mucho, las trayectorias no
demasiado luminosas de ingleses, franceses, alemanes o cualquier otro pueblo con
historia sobre la faz de la tierra).
Algunas
posibles soluciones para superar la Leyenda Negra, de las que estos días se ha
hablado, serían las siguientes: en primer lugar, crecer en conocimiento. La Leyenda Negra tiene un fuerte factor de
ignorancia consciente, con lo cual, cuanto más se crezca en conocimiento -de
hecho, internet debería ayudarnos enormemente en esta tarea-, de manera más
meridiana aparecerá que la instalación española en la existencia es, claro que
sí, depurable y mejorable, pero no merecedora de desprecio.
En
segundo lugar, fomentando las
instituciones españolas e hispánicas que realmente nos ayuden a tomar
conciencia de nuestro legado y de nuestras posibilidades colectivas. Se ha
hablado de dar un giro al Instituto Cervantes, para que realmente se dedique a
fomentar el conocimiento de nuestro genio y de nuestro idioma -hablado con 550
millones de voces, acentos y matices-, pero también podríamos hablar de cómo
tomar posesión intelectual del patrimonio común que tienen instituciones clave
como la Real Academia Española (y las de los países de lengua española), la
Real Academia de Historia, la Biblioteca Nacional, el Museo Arqueológico
Nacional, el Museo Naval o el Museo del Prado. Lo que desde luego señalaba el
profesor Lara es que esta difusión del Instituto Cervantes (o de las otras
instituciones) tendría que estar por encima de la política y de las
deformaciones interesadas. Esas instituciones son para fomentar la cultura de todos, y esta no es de
ninguna tendencia específica. Una institución española de reciente creación, en
este sentido apolítico y fuertemente cultural es la Fundación Civilización
Hispánica.
En
tercer lugar, se ha incidido en cómo la Leyenda Negra es una batalla por la
propaganda y por las imágenes mentales. Superar la misma tendría entonces que
pasar por la capacidad que tengamos de generar nuevas imágenes mentales que
sustituyan esas, muy deformadas y muy arcaicas. No poco importante, además, en
este proceso, es el papel de la educación y la capacidad de transmitir a las
nuevas generaciones un modo más esmerado y más capaz de considerar la propia
historia, para lograr que se proyecten hacia el futuro de una manera realmente
lograda.
La
última propuesta de solución a cómo superar la Leyenda Negra venía de la
profesora y escritora Elvira Roca: los imaginarios de los otros países europeos
se han gestado con un “canon” específico, donde el protestante es el bondadoso,
el tolerante y el inteligente, mientras que el católico, particularmente el
español, es el malvado, el intransigente y el poco capaz (además de feo). La
Leyenda Negra no se ganará bajando al ruedo de esa batalla, porque quien tiene
esos esquemas en la cabeza difícilmente los va a deponer. La Leyenda Negra,
según la profesora Roca, se ganará cuando
nos salgamos de esos esquemas, cuando variemos el paisaje, causando quizá
así el desconcierto y la necesidad de que el que está actuando desde esos
presupuestos tenga que modificar radicalmente los esquemas de base.
Y
esto es una batalla en el campo de los relatos. Habría, pues, que esforzarse por novelar y por contar los
relatos que nunca se relatan: los de la intransigencia protestante, los de
la mirada corta de vista de los no españoles hacia los españoles, los de la
fealdad moral de aquellos que tienen esquemas fijistas y mezquinos sobre
nuestro ser colectivo. Es, desde luego, una propuesta audaz…pero nadie dijo que
la labor de estos caballeros y damas ficcionantes fuese tarea fácil. Nunca fue
plato de buen gusto la heroicidad de desfazer
entuertos y rescatar doncellas –sobre todo cuando esta se llama “Historia de
España”-. La profesora Roca se ha lanzado a esta tarea en su obra 6 relatos ejemplares 6, donde bajo
título tan cervantino, se ha atrevido a susurrarnos esas preguntas que nadie se
atrevía a hacerse en voz alta: ¿y si el protestante era un convenido integral que
apoyó lo que apoyó para medrar económica y políticamente? ¿y si Shakespeare fue
un criptocatólico que tuvo que huir en ocasiones de las persecuciones contra
estos desatadas en su país de origen? ¿y si las vigencias españolas y en
general, las de los países del Sur de Europa no son, después de todo, tan inferiores
a las de los países del Norte?
Las
damas que forman parte de este grupo, y que tienen a partes iguales imaginación
y pensamiento riguroso, se atreven a decir cosas tales como estas: los
inquisidores españoles (los reales) no son los hombres malvados de apariencia
repugnante y alma retorcida que aparecen en novelas con ambientación medieval y
títulos ockhamistas. Son los hombres que con sus mentes afiladas y pulcras
evitaron que en España se desatase el fanatismo o la animalidad con la caza de
brujas que sí se produjeron en otros países.
Estas
mismas damas son las que nos dicen hoy que hay que reconquistar la Literatura y
salirse por completo de los carriles,
contando historias increíbles, todavía nunca narradas, como las de los hermanos
Alvarado, que crearon los primeros astilleros para construir los barcos que
navegasen por el Atlántico. O las de la primera mujer almirante de la historia,
por supuesto española.
Y es
que, en el fondo, como se encargó de decir el escritor Javier Sierra, lo que
mueve al humano no es tanto lo material o palpable, sino la ficción. Lo que
Ortega y Gasset denominaría “irrealidad”; esa faceta de lo que existe que
convive junto con lo real y que entronca con el hecho de que los humanos somos
seres inacabados, en diálogo con la circunstancia que nos rodea, con necesidad
de historias para saber orientarnos en la tarea ineludible de irnos eligiendo
cada uno a nosotros mismos.
Quizá
no sea casualidad que entre este grupo de escritores y escritoras haya una
intensa presencia de andaluces; quizá sea el temple de estos el preciso para
superar todas las Leyendas negras y salir, por fin, a la alta mar de una mayor
madurez española. Un temple que está hecho de conocimiento riguroso, de
seriedad cuando hay que ser serios, pero también de una gracia inimitable
cuando hay que ser divertidos y tomar una cierta distancia con la realidad.
Gracia que es elegancia y estilo, que es la admirable capacidad para contemplar
la realidad con ojos risueños, sin caer nunca en la grosería o en las malas
formas.
Muchos
otros aspectos se han tratado estos días en estos lugares, por los que han
paseado en nuestro pasado reciente Miguel de Unamuno -quien escribió un libro
de poemas titulado Cuaderno de La
Magdalena, fruto de una quincena en estos parajes-, Menéndez Pidal, Blas
Cabrera, Ortega y Gasset, Xavier Zubiri, Jorge Guillén, José Gaos, Dámaso
Alonso, Julián Marías y tantos otros intelectuales españoles extraordinarios del
siglo XX. Un lugar donde los españoles no solo se sentían universales, sino que
además funcionaba como un imán para los intelectuales europeos, que venían aquí
a enseñar y a aprender, como fue el caso de Jacques Maritain, Huizinga, Köhler,
Schrödinger -que fue Premio Novel de Física- o Goldschmidt. Este lugar, además,
fue donde comenzaron los cursos para algunos colleges femeninos de Estados Unidos, de tal manera que estudiantes
norteamericanas venían a España en la década de los treinta del siglo XX a
estudiar un junior year, bajo la dirección de la hispanista
Katherine Whitmore.
El
propio Julián Marías escribió en su libro Una
vida presente las siguientes reflexiones sobre Santander y su Universidad
Internacional, un lugar de intensas amistades, sobre todo femeninas y de
profundo cultivo intelectual: “Santander era una ciudad deliciosa, aquel verano
solía llover por la noche, y la mañana aparecía fresca, limpia, con sol
brillante y cielo azul. Había un ambiente cordial y alegre entre estudiantes y
profesores. […] Es la Universidad de Santander un poro luminoso por donde España
asoma al mundo. Y asoma para verlo, ciertamente, y tender los ojos fuera de sus
fronteras. Pero al mismo tiempo, al asomarse, queda erguida y se la ve desde el
mundo en esa actitud tensa del mirar. Era un taller de pensamiento,
verdaderamente internacional. El mundo se hacía presente en Santander. […]
Pocas veces he visto una convivencia más espontánea, estimulante, inteligente,
divertida, cortés. El ‘tirón hacia arriba’- tan necesario, que tanto irrita a
algunos- era constante. No puedo decir cuánto me enriqueció intelectual y
humanamente”.
Vistas desde el interior del Palacio
Al
escuchar estas reflexiones de los escritores actuales, que siguen esta fabulosa
tradición intelectual española y contemplar el panorama abierto a los mares,
pensaba yo en lo orgulloso que estaría el que fue el Secretario de esta Universidad
Internacional de Santander, el profesor, escritor y poeta Pedro Salinas. Quizá
hubiera escrito un poema, alegrándose de que por fin un grupo de compatriotas suyos
se hayan lanzado a la aventura de recuperar España. Quiero pensar en mi
imaginación que ese poema hubiera estado dedicado a todos esos escritores
españoles valientes que quieren vivir en libertad y quieren que, por fin,
lleguen épocas españolas sinceras, a la altura de sí mismas, ávidas de un
futuro ilusionante y proyectivo.
Que
España y su historia se preparen a ser rescatadas. A vivir en libertad. Los
sabios, aquellos que tienen la memoria colectiva y saben transmitirla, se han
conjurado. Y además están unidos.
Para
saber más:
Este
es el programa del curso “La novela al rescate de la Historia de España”, que
se ha realizado en la UIMP: http://www.uimp.es/agenda-link.html?id_actividad=63ZN&anyaca=2018-19
Las
conferencias se han retransmitido por streaming
en el Canal de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) de Santander
o en su página de Facebook. En este sitio hay algunas publicaciones sobre el
transcurso del curso y declaraciones o pequeños resúmenes sobre las
conferencias: https://www.facebook.com/hashtag/novelahistoriauimp
El
grupo de escritores que ha tenido la iniciativa para realizar el curso “La
novela al rescate de la Historia de España” se han unido en una Asociación con
el objetivo de cultivar la novela histórica y también fomentar el conocimiento
de la Historia española, para lo cual harán diferentes actividades a lo largo y
ancho de España. Han creado un grupo de Facebook que se llama “Escritores con
la Historia”, donde irán anunciando las actividades planificadas. No solo ellos
son escritores de toda la geografía española, sino que sus novelas cubren la
mayor parte del territorio y de la cronología de la Historia española.
La
Universidad Internacional Menéndez Pelayo tiene varias sedes; donde se ha
celebrado este curso es el Palacio de la Magdalena, construido como regalo de
la ciudad de Santander para la Familia real en tiempos de Alfonso XIII y
Victoria Eugenia. A la reina inglesa le cautivaba, con razón, este enclave. En
la entrada hay una placa que recuerda unas palabras suyas, recordando los
momentos tan felices que había pasado en ese lugar en concreto. Sobre la
historia del Palacio de la Magdalena y para ver fotos del lugar, se puede
visitar la siguiente página: https://palaciomagdalena.com/es/historia/
Sobre
la Fundación Civilización Hispánica, que quiere fomentar y cultivar los lazos
entre España, Estados Unidos y toda la América hispánica sobre todo con libros
ilustrados, exposiciones y series: http://civilizacionhispanica.org/