Hay lecturas
intelectualmente estimulantes. Una de las más recientes que ha caído en mis
manos -bueno, en mi tablet- ha sido
la muy intensa de Imperiofobia y leyenda
negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (Siruela, 2016)de
la escritora Elvira Roca. Un libro altamente recomendable para los que nos
interesamos por las cuestiones españolas e hispánicas. Pero hoy el asunto es
una película que aparece citada en este libro, cuyo título es La kermesse héroïque, una producción franco-alemana
del director de cine belga Jacques Feyder, que vio la luz en 1935, ajena a la
violencia peninsular que empezaría un año más tarde.
La
kermesse héroïque es la historia bienhumorada, inteligente y
atrevida, muy atrevida, de las tropas españolas que llegan en el siglo XVII a
la ciudad holandesa de Boom, para pernoctar allí y seguir su camino. ¿Cómo son
estos soldados, que según el tópico deberían ser brutales, desharrapados,
arrogantes y codiciosos? Pues se los podría calificar con la tonadilla de una
canción que los habitantes, tranquilos ante la presencia de estas tropas
pacíficas, bailan en una taberna: “los guapos arcabuceros”. Porque estos
soldados son… ¡sorpresa! muy dignos, educados y respetuosos. Son limpios y
divertidos. Y no solo eso, sino que su tez morena de hombres del sur y sus
cabellos abundantes llaman la atención de las rubísimas mujeres flamencas, que
se agolpan en las ventanas de sus casas cuidadosas y de las calles de cuento
para ver pasar semejante espectáculo humano, de orden, disciplina pero también
notable gallardía. Las blancas holandesas se sienten atraídas por los españoles
morenos, los cuales son una digna tropa liderada por un extraordinario Duque de
Olivares, un avispado y capaz jefe, que además muestra ser un hombre de notable
altura humana y de muy desarrollada sensibilidad, capaz de admirar el arte de
los holandeses o de mostrar ante los admirados ojos de las damas de Boom un
nuevo invento traído del sur de Europa llamado “tenedor”, para comportarse en
la mesa de un modo aún más refinado.
Un interesante banquete, no como el platónico,
sino a la holandesa y con caballeros españoles.
Parece todo un bodegón de la pintura flamenca
En este sentido le dice a uno de los
personajes que hemos visto debatirse entre los pinceles y el amor: “Pintores de
padres a hijos por la gracia de Dios. He visto su cuadro en el Ayuntamiento. Le
felicito”. Es, por tanto, un Duque de Olivares entendido en las artes, nada
tosco y vulgar. Le veremos también comportarse ante la “alcaldesa”, haciéndola
sentir como lo que realmente es: una mujer refinada, con fuerte personalidad y
muy atractiva. Y, desde luego, entender asuntos humanos tan profundos como el
amor que hay entre la hija del alcalde y el pintor.
Es esta película un disfrute
para la vista no solo por sus cuidadas tomas -en este caso, que sea en blanco y
negro incluso ayuda a tomar distancia respecto al argumento que se trata y a
vivirlo como una ficción histórica-. Unas tomas que a veces son exteriores,
recogiendo esas formas de vida holandesas, con ciudades llenas de canales y de
puentes, de vistas admirables y entornos para ser contemplados y gustados; y a
veces, con frecuencia, también interiores, mostrando el refinamiento de unos
Países Bajos que se enriquecían con el comercio y la vida laboriosa en el siglo
XVII, donde hay magistrados que se mandan retratar, damas que se adornan de
manera exquisita o que cuidan del más mínimo detalle de sus hogares acogedores.
No podían faltar en estas tomas interiores las caracoladas escaleras -los
Países Bajos son bajos, muy llanitos,
pero la forma de vida es alta, pues
ha habido que construirla y elevarse desde los bajos, que son caros y húmedos,
hacia pisos amplios y altos. Es un poco misteriosa esta manera de vivir de los
holandeses: ¿Qué personalidad revelan unas casas en las que no hay apenas
entrada, sino que se invita a quien entra lo primero de todo a subir, a tener
que ascender -a veces algo arduamente- para encontrarse con la forma de vida propiamente
humana? El holandés le ha ganado, literalmente, su territorio, su país, al
agua, y se refugia en sus alturas, que no son burbujas cerradas, sino viviendas
con hermosas ventanas, con guiños que se lanzan hacia el exterior y están
pendientes de la vida urbana. Quizá para entender esta personalidad hay que
hacer efectivamente el esfuerzo mental de “subir” y de ver la forma de vida
desde sus creaciones más humanas y desde lados de la vida que no son los
habituales en otras latitudes: la pintura, el pulimento de las lentes o los
diamantes, la humanización del entorno con el cultivo de las flores, la
creación del entorno urbano y de las formas complejas de organización social…
Esta película, además de
tener otras bondades, lanza ciertas miradas sobre estas cuestiones, a veces de
manera jocunda, pues la escalera, lo mismo que sirve para ascender, sirve
también para bajar rodando, sobre todo cuando no se había ascendido con buenas
intenciones.
Pero sobre todo es una obra
de arte que muestra cómo las mujeres pueden solucionar ciertas situaciones
delicadas y espinosas cuando sus hombres no están a la altura y no quieren
hacer frente a la situación; y cómo sus actitudes irreductiblemente femeninas frente
a la “realidad supuestamente temible” (en este caso los tercios españoles) es
una mirada sin prejuicios, llena de realismo y justo por ello, también capaz de
estar abierta a la admiración y al posible encariñamiento. Pues las mujeres de
Boom, una vez ven desfilar a los apuestos arcabuceros, se dan cuenta de que
tienen poco de ogros, visión que el cenizo del consejero se ha molestado en
propagar por los cuatro vientos (y sobre todo por dentro de las cabezas de sus
conciudadanos). Las mujeres de Boom se dan cuenta de que todo ello es un
espejismo y una deformación.
Hay un momento en el que una
mujer holandesa mira a los españoles con tal delectación, que alguien le dice:
“Deja de mirarlos. Son enemigos”. No cabe mayor claridad en lo maniáticos que
son ciertos prejuicios: hay que mirar así
a ciertas personas porque son
enemigos. No es lícito detenerse a pensar por qué lo son y por qué tendrían que
serlo. Por supuesto, esto no consigue en absoluto que las mujeres les vean en
absoluto como enemigos. Pues es esta interpretación la que supone, esta vez sí,
una violencia sobre la realidad, es ella misma una enemiga de la realidad.
No cabe mayor choque de
realidad: esa imagen construida de soldados rapaces, ávidos de bienes y de
mujeres resulta que contrasta con la realidad misma, pues se trata de muchachos
bastante capaces y hasta divertidos, que llevan una forma de vida con cierto
lirismo; la cual resulta quizá muy distinta a las vidas prosaicas a las que las
mujeres de Boom están acostumbradas, vendiendo pescado, dejando que a sus hijas
se las case por conveniencia o contemplando las prominentes barrigas de los
hombrecillos satisfechos materialmente, pero poco dados al esfuerzo vital y a
superarse a sí mismos.
Es una película que -se
agradece enormemente- está lejos de todo cinismo y de todo cultivo de la
vulgaridad, pues se complace más bien en mostrar los elementos bondadosos de la
realidad y en no atender tanto a los mezquinos –que también se dan y el
director cubre con un velo de humorismo-; en este sentido, el capellán que
acompaña a la tropa es un dominico que fue consejero de la Inquisición en
Toledo, pero eso no le convierte automáticamente en un pozo de maldades ni en
un hombre retorcido, sino más bien en un tipo educado, capaz de comportarse en
las situaciones “de palacio”, a quien le gusta el Greco, y que sin ser ingenuo,
es un hombre con una dosis de bondad notable y de comprensión de las flaquezas
de los demás. Es, por cierto, un hombre nada blandengue, que llega a asegurar
que “la disciplina es la fuerza principal de los ejércitos” y a quien, al tener
que irse, todo el mundo colma de atenciones porque es, en el fondo, un buen
tipo.
Hay una atención deliciosa a
las reacciones auténticamente espontáneas que van causando estos muchachos
españoles: desde las mujeres que quieren ofrecerles alojamiento, coserles los
trajes o las banderas rotas, hasta el posadero, que de sus reticencias
iniciales, pasa a considerar la realidad tal y como es: “los españoles son
buena gente y buenos clientes”. Hay también recurrentemente unas escenas
sutiles y deliciosas, que hablan de asuntos profundamente humanos sin enseñarlos:
la cortina que cubre la intimidad, que deja ver lo fascinadas que estas las
refinadas holandesas por los valientes españoles y cómo el Norte, en el fondo,
siente siempre una especie de encantamiento hacia el Sur.
Puede que el detalle que más
sorprenda de esta película delicada es la última reacción de la “alcaldesa” de
Boom, una reacción que muestra quién es: una mujer inteligente, con altura
moral y que no considera de buen gusto hacer mal a nadie. Ni siquiera hacer
quedar mal.
¿Por qué sería interesante
ver hoy una película como esta, de la cual nos separan no solo décadas, sino un
lenguaje cinematográfico muy distinto? ¿Qué tiene que decirnos una película
como esta en un día de la mujer? Creo
que hay una frase en la propia película que podría responder a esto de una
manera muy directa. En un momento en el que holandesas y españoles están
teniendo un alegre banquete, mientras cierto personajillo barrigón rabia y se
desespera, se sacan los inevitables regalos y se les dice a las mujeres: “Les
traemos la brisa de Andalucía prendada en estos abanicos”. ¿Cómo podría sonar
eso, en los oídos de unas mujeres despiertas, capaces, abiertas a la realidad
y, sobre todo, muy bien instaladas en su condición de mujeres?
Las blancas holandesas
¿En los oídos de
unas mujeres de piel blanca, pues habían nacido en el Norte de Europa, y sin
embargo, quienes en sus más escondidas ilusiones, siempre soñaban con el viaje
al sur, a una tierra luminosa llena de naranjos, brisas cálidas y paisajes
seductores, donde los hombres dicen poemas y tienen alegres ojos oscuros? Es
evidente que unas palabras así en tales oídos refinados sonarían como una
invitación a una forma de vida más humana, más interesante… más feliz quizá.
Puede que esta película nos
traiga ahora justamente la brisa de una posible España realmente humana,
interesante, valiosa, divertida y…quién sabe, quizá hasta feliz. Solamente que
es una España posible que hay, como Feyder, que imaginar con un poco de humor y
de atrevimiento intelectual.
La
kermesse héroïque -no podremos agradecerle a Elvira Roca lo
suficiente por haberla recomendado en su libro y haberla puesto en el contexto
de la superación de la Leyenda negra mediante las imágenes mentales que el cine
transmite- es una invitación a que nos hagamos la pregunta: ¿y si los españoles… resulta que somos así,
y no como nos han contado?
Por otra parte, no deja de
ser actual que las reacciones más acertadas, humanas y con mayor altura en esta
obra de arte sean las de las mujeres que, valientes, no dejan que los tópicos
les invadan las cabezas y quieren afrontar la situación del modo más maduro
posible, lo cual les lleva a intentar comprender cómo es esta forma de vida
masculina que llega de los países del Sur y que difiere tanto de las cosas que sobre
ella han oído. Esta es la otra razón por la cual merece ver esta película hoy
día, pues muestra que cuando la mujer
actúa desde su inteligencia de mujer, esto implica necesariamente tener que
contar con la forma de razón masculina, no comportándose frente a ella ni
de manera imitativa ni con una hostilidad automática. Pues, ¿qué hubiera pasado
si las habitantes de Boom, empezando por su “alcaldesa” se hubieran puesto a
insultar a las tropas españolas y a comportarse como gallinas cacareando, en
lugar de ponerse a razonar, como mujeres capaces que eran? Muy probablemente no
se hubiera podido llegar a las formas de trato tan refinadas a las que
asistimos y que conllevan una admiración mutua tan fuerte entre holandesas y
españoles.
Cuando hoy hay cierto
empeño, un tanto forzado, en plantear las relaciones sociales entre hombres y
mujeres desde la hostilidad automática, merece la pena ver esta película, donde
se muestra que la ficción nos muestra el camino de lo posible. Pues la otra
cuestión que esta película nos plantea es: ¿y
si en el fondo… el hombre no es el enemigo automático? ¿y si en lugar del
pozo de maldad, tosquedad y agresividad que poco a poco se está asociando a la
figura masculina por parte de algunos y que se empeñan en meter en las cabezas
de otros, resulta que el hombre… es un tipo interesante? ¿Qué haría la mujer bien
instalada en su condición de tal si resulta que el hombre no es tan mal tipo
como ciertos tópicos cansinos se empeñan en repetir? Esta película de Jacques
Feyder se atreve a contestar a estas delicadas -y humanas- cuestiones.
Nieves Gómez Álvarez
Para el Día de la Mujer 2018