Por Nieves Gómez Álvarez
Una imagen artística de la inteligencia musical de Chopin
Dedicado
a San Juan Pablo II,
en el 40º
aniversario del comienzo de su Pontificado
El II Encuentro de la European Society for Moral Philosophy,
celebrado del 18 al 20 de octubre en Varsovia (Polonia) ha sido la ocasión para
que un puñado de devotos de la filosofía nos dediquemos durante unos días a
reflexionar sobre un tema tan necesario como delicado: la esperanza. Scholars y cultivadores del saber
filosófico, procedentes de Italia, Grecia, Francia, Alemania, Austria, Países
Bajos, Suiza, Polonia, España, Inglaterra, Irlanda y también, fuera de las
fronteras físicas de Europa pero en hondo diálogo con ella, de Estados Unidos y
China, nos hemos reunido en el Instytut
Politologii de la Kardynala Stefana
Wyszynskiego, en un tranquilo campus de las afueras de la capital polaca
para pensar sin prisas sobre la posibilidad de la esperanza, sus implicaciones
morales, su relación con la política, sus relaciones teológicas y para hacer ciertas
lecturas de la cuestión desde distintas tradiciones filosóficas, desde Platón y
la filosofía antigua a la contemporánea, pasando por la Patrística, la
filosofía medieval, Kant, la fenomenología y la más reciente tradición española
de José Ortega y Gasset, Julián Marías y Pedro Laín Entralgo, quienes ha
reflexionado largamente sobre la cuestión en su obras Breve tratado de la ilusión
y La espera y la esperanza. Teoría e
historia del esperar humano.
Una de las calles principales de Varsovia
La European Society, que es joven pero al mismo tiempo madura, por el
alcance de sus proyectos y la responsabilidad de sus reflexiones, tiene la
pretensión de establecer un núcleo de personas dedicadas a pensar los problemas
contemporáneos en diálogo con la sociedad. De manera que tiene la intención de
publicar los resultados de estas reflexiones comunes y de estos días volcados,
al menos intelectualmente, sobre la esperanza. En sus deseos está también
volver a reunir a personas dedicadas a la filosofía dentro de dos años en otra
capital europea, para reflexionar sobre un tema de relevancia para la filosofía
moral.
No ha sido secundario para este tema
el lugar escogido: después de haberse celebrado el primer encuentro en Italia,
hace dos años, sobre el tema de la bondad, otro espléndido país europeo,
Polonia, ha servido como la sede del segundo.
¿Por qué Polonia es un escenario interesante para ponerse a pensar
sobre la esperanza?
Quizá cuando uno habla de Europa
desde el sur de la misma, la imagen mental que nos brota es la del continente
trazado desde donde estamos, de tal manera que lo que nos queda más cerca son
los países vecinos “en primer grado” y puede que en segundo. Es decir, para un
europeo o europea del sur, la imagen de su continente está marcada por la
presencia que le marcan las noticias, los países que están más cerca y cuyas
decisiones quizá nos afectan más directamente. Incluso los que tienen idiomas
con raíces similares. Pero quedan en un tercer, cuarto o quizá décimo plano
aquellos otros países que, por distancia, por tamaño o por discreción no
figuran en ese mapa mental. Polonia, para alguien del sur de Europa, podría
estar entre estos últimos. Es decir, que su intensa e indudable personalidad queda
desdibujada por el hecho de que está mucho más lejos de España que Italia,
Francia, Alemania o Portugal. Y también por el factor lingüístico: es un hecho
que cuando alguien del sur de Europa va a Polonia entiende que no entiende; se trata de un idioma con otras raíces y
otras vivencias cristalizadas en palabras.
Es, sin embargo, de lo más
revelador ampliar el foco de visión y dar cabida en ese mapa mental interior a
otras versiones de Europa. Otras que, precisamente por tener diferentes
instalaciones lingüísticas, vivencias históricas y, se podría decir así, distintas
jerarquías de estimaciones, podrían tener la capacidad de pensar los problemas
europeos de modos distintos a los ya habituales.
Polonia es uno de esos países
que, por su historia reciente, de fuerte conciencia de patria, de resistencia
frente a las ideologías totalitarias y de reasumir su pasado reciente, parece
tener unas interesantes reservas culturales y espirituales frente a los
problemas que cruzan el continente de parte a parte. Polonia parece mirar la
vida con una madurez serena y saludable, con unos almacenes vitales bien llenos
de posibilidades por desarrollar. Su temple es el de quien ya ha ido y ha
vuelto.
Lindando con Alemania, la
República Checa, Eslovaquia, Ucrania, Bielorrusia, Lituania y Rusia, este país
de 40 millones de habitantes, con uno de los ríos más grandes de Europa, el
Vístula, tiene un enorme territorio poblado de montañas, de campos de cultivo y
de ciudades llenas de historia, como las más conocidas de Varsovia y Cracovia o
las menos de Gdansk, que experimentó un enorme crecimiento del siglo XV al
XVIII, al ser una ciudad hanseática; Tuczno o Krag, con reminiscencias renacentistas;
o Wroclaw, la capital de la Baja Silesia, con su interesante mezcla de gótico,
barroco y estilos contemporáneos, como en el edificio llamado Hala Stulecia,
realizado en 1913 por Max Berg, hoy en la lista del patrimonio mundial de la
UNESCO. Y quién diría que en Polonia se puede encontrar una Biosfera con campos
de dunas móviles. Está, sí, en Slowinski.
Tras la conversión al
cristianismo y el bautismo en 966 de Mieszko I, este territorio llamado según
la tribu de los “polanie”, quienes habían estado presente desde los inicios de
la Edad Media, comienza una andadura que verá momentos brillantes, como los
protagonizados por el rey Kazimierz III, el Grande, en el siglo XIV, quien le
dio seguridad política y económica; o por la Dinastía de los Jagellones,
quienes vencieron a los caballeros teutónicos en el siglo XV. Durante el siglo
XVI, Polonia se había convertido en uno de los países más ricos y más extensos
de Europa, lo cual dio lugar a la conocida como “Edad de Oro”. Fue entonces
cuando el rey Zygmunt III Vasa movió la capital de Cracovia a Varsovia.
Los tiempos siguientes, mucho más
revueltos, constituyeron un reto que los polacos solventaron con la redacción
de su constitución en 1791, siendo el
primer país de Europa en tenerla, y
solo el segundo en el mundo tras la de Estados Unidos. De manera que Polonia fue el primer país del continente en alcanzar la
madurez democrática. Claro que fue una trayectoria truncada, pues el país
fue sucesivamente dividido y dependiente de los imperios de Rusia, Prusia y
Austria. Sería en 1918, tras la I Guerra Mundial, cuando este país de
resistentes vuelve a ganar su independencia y sus territorios, gracias al
General Jósef Pildsudski. No por mucho tiempo, pues era una pieza codiciada por
uno de sus vecinos europeos. Como es bien sabido, la II Guerra Mundial comienza
cuando las tropas de Hitler invaden Polonia el 1 de septiembre de 1939,
iniciando así un periodo de tragedia y
heroísmo a partes iguales. En 1945, tras haber sufrido enormemente y haber
perdido el 85% de la ciudad y gran parte de su población, especialmente judía,
Polonia queda, según el mandato de la Conferencia de Yalta, bajo la bota
soviética, bajo la que estaría en las siguientes décadas, hasta que en 1980, la
población polaca muestra su oposición a las autoridades comunistas. Unos años
más adelante, Lech Walesa, un
modesto electricista que parecía llamado a electrocutar
las ideas contradictorias del comunismo y hacer que este entrase en
cortocircuito, se convierte en presidente de esta nación y en todo un símbolo del trabajador oprimido por el comunismo. Los años
siguientes verían ingresar a este país luchador en la OTAN y también en la
Unión Europea. De manera que ahora todos los europeos tenemos un poco de este
país que encara el futuro como su bandera, una orgullosa águila blanca
coronada, con las alas extendidas como mostrando que tiene aún mucho por volar,
bajo el fondo rojo de su historia dolorosa y heroica.
Polonia es un escenario ideal
para hablar sobre la esperanza porque
ella misma ha hecho varias veces la experiencia a lo largo de su milenaria
historia de cómo esta virtud es lo último que se pierde, como el humilde
resto que queda en la caja de Pandora. Podrán haberse desatado los males por el
continente -como en el mito griego-, podrán haber sido destruidas las ciudades
por el odio, la rabia y quién sabe, quizá la envidia, pero Polonia, como su
águila sanamente orgullosa, da la impresión de sobrevolar sobre todo ello. O de sobrenadar, como la sirena.
La imagen de la sirena protectora de la ciudad
Varsovia: una ciudad ave-fénix
Hay ciudades europeas espléndidas,
que van sobreponiendo como en estratos sus vivencias y sus experiencias
históricas (París, Londres, Viena), hay otras que, como Madrid, de un pequeño
núcleo se convierten en unos pocos siglos en enormes ciudades habitadas
ordenadamente por millones. Varsovia es un tercer tipo de ciudad. Una ciudad
prácticamente arrasada en la II Guerra Mundial cuyos habitantes no se han
conformado con la destrucción, la muerte y la desaparición, sino que parecen
haberse dicho a sí mismos, como el buen Dios ante Adán: “no es bueno que el
continente europeo esté solo. No es bueno que Europa no tenga a Varsovia”. Y se han lanzado a reconstruirla. Este gesto
-que duró por supuesto décadas, que aún hoy ejercen los varsovianos en su
escenario vital- representa para mí una fascinante versión europea: la de
aquellos que reconstruyen y rehacen, que vuelven a poner en pie,
en la existencia lo que cayó; aquellos que no dejan que se pierdan las
maravillosas posibilidades que han existido, la de los que no se dejan
avasallar ni permiten que les hagan desaparecer por la desidia o las malas
pasiones. Varsovia es una ciudad
esperanzada en sí misma, pues simboliza como esta enorme virtud no es pasiva,
sino muy despierta y activa. Es capaz de hacer frente con enorme fortaleza
a las tendencias destructivas que en ocasiones rebrotan en los viejos europeos
y cómo, incluso cuando se han sufrido los embates del mal, la esperanza resurge
de debajo de las cenizas.
Sin duda que cuando las guías de
Polonia hablan de esta ciudad como de un “ave-fénix”, el símbolo de los
resurgimientos, en gran medida aciertan. En el Palacio rehecho, en la columna
vuelta a levantar, con la escultura recuperada de entre los escombros y en las
casas que se reconstruyen, rememorando el primitivo esplendor, se encuentra el
reflejo de una versión discreta de la personalidad europea: la vida no es solo revolución ni ruptura,
sino también continuidad y recuperación. Al hacer todo eso, el varsoviano,
la varsoviana, muestra que la esperanza es virtud de resistencia y que no se
resigna a dejar perder lo que le parece valioso.
Un país de ciencia y música
Un concierto en el Chopin- Point para culminar el encuentro
de la European Society for Moral Philosophy
Cuando se ve a los pequeños
polacos, educados y sonrientes, posando bajo la sirena defensora de la ciudad,
que se encuentra en la Plaza del Mercado -y que es protagonista de una
espléndida leyenda, hermanando en la ficción a la ciudad con Copenhague-, o
cuando se contempla la tranquilidad con la que los adultos beben la morena
cerveza, no cabe menos que preguntarse: ¿de dónde brota el sereno patriotismo
de nuestros vecinos del Norte, los polacos? No es agresivo, ni combativo; no es
sensiblero ni victimista; tampoco es infantil ni nostálgico. Es nacional sin
ser nacionalista, maduro sin ser escéptico y esperanzado sin ser ingenuo. En
otras palabras: es un patriotismo muy equilibrado y difícil, que se alimenta de
un elemento no tangible, pero no menos existente. Ese elemento es la cultura
común. Los polacos se saben polacos, irremediablemente
polacos; y eso, sí, les gusta. Se
saben distintos, irreductibles a todos sus vecinos europeos, y creen
firmemente que es bueno que su diferencia coexista. Con quien les ha intentado
aniquilar, con quien les observa curioso y con quien, con razón, les admira. Frente
a todos ellos, Polonia existe con existencia propia y con personalidad
distinta.
La escultura a Nicolás Copérnico
Pasear por las calles de Varsovia
implica necesariamente caer en la cuenta de que los europeos polacos tienen una
interesante capacidad de admirar: por aquí está el monumento a Copérnico, por
allá el de Marie Curie, muestra de una fabulosa posibilidad femenina y de una
notable madurez científica.
En otra de las calles principales se puede ver cómo un buen polaco se rinde ante los poetas y, por supuesto, ante los músicos y más si son románticos, como Chopin.
Marie Curie, dos veces Premio Nobel, en el espléndido otoño de Polonia
En otra de las calles principales se puede ver cómo un buen polaco se rinde ante los poetas y, por supuesto, ante los músicos y más si son románticos, como Chopin.
Monumento al poeta Adam Mickiewicz
El artista repartió no solo su vida entre
Polonia y Francia, entre Varsovia y París, sino
también su cuerpo: está enterrado en un cementerio parisino, pero su
corazón reposa en la iglesia de la Santa Cruz de la capital polaca. Todo un
símbolo de dónde estaba su tesoro (y su corazón).
El corazón de Chopin en Varsovia
La ciudad sigue vibrando bajo los
tonos del Romanticismo musical, pues se siguen organizando conciertos en el
“Chopin- Point” y en otros espacios, y en la propia ciudad se puede ver una
ruta con “bancos musicales”, de manera que se puede uno sentar (si no hace
mucho frío, nieve o lluvia) y pulsar el botón que le permitirá escuchar una de
las melodías chopinianas, en un sitio efectivamente ligado a su vida.
Un banco chopiniano (al pulsar la tecla emite música)
Podría parecer un título de
cuento, pero efectivamente Polonia es un
país de ciencia, música y… religión, donde mirar el cielo no está en
contradicción con estudiar la tierra y la estructura de la materia (Marie Curie
es buena prueba de ello, con sus dos Premios Nobel, uno ganado con su marido y
el otro sin él) o donde escuchar a Dios, al modo como lo ha hecho San Juan
Pablo II no parece que se contradiga con escuchar el corazón del hombre, tal y
como ha hecho Chopin.
El insuperable San Juan Pablo II el Magno, todo un símbolo de Polonia
En el concierto con el que la European Society for Moral Philosophy cerraba las reflexiones
filosóficas sobre la esperanza, el pianista italiano que ofreció el concierto explicaba
el estilo del polaco: Chopin, sorprendentemente, combina tonos asociados a la
alegría con otros a la tristeza, momentos ascendentes con los descendentes. Será
que estaba reflejando cómo es Polonia, toda ella, con su inteligencia musical. Quién
sabe si no reflejará esto también un poco la personalidad europea.
Renacer, revivir, rehabitar
¿Qué queda en la Polonia actual
de los dos totalitarismos que ha tenido que sufrir durante el último siglo? Es
difícil creer que este país haya sufrido por dos veces y con dos signos
distintos, la tendencia destructora y la intención de acabar de raíz con quien
fue, con quien es. Las matanzas programadas y concienzudas de los nazis no acabaron
con los grandes hombres de letras y ciencias. Es más: décadas de educación comunista no acabaron, desde luego, con el cultivo
de la lengua, ni de la cultura, ni de la conciencia nacional. Muy al
contrario, los intentos sistemáticos por destruirla solo causaron un más hondo
interés y una búsqueda más anhelante de vitaminas poéticas, teatrales,
musicales, artísticas, filosóficas que les alimentasen. Los polacos
necesitaron, una y otra vez a lo largo del siglo XX, buscarse a sí mismos. Y se
encontraron en sus paisajes, en los físicos y en los culturales.
Es de lo más representativo ver
cómo esta voluntad de renacer, revivir y rehabitar se encuentra en los espacios
comunes y cómo su manera de organizar esta ciudad rehecha después de la casi
entera destrucción expresa este modo colectivo de verse: la Torre de las
Ciencias y la Cultura se levantó en Varsovia para simbolizar el poder de la
Unión Soviética sobre su vecino. La propia estructura muestra que la Unión
Soviética vio en Polonia una vencida, a quien había que dominar porque era
rebelde; lo más llamativo es la relectura que los varsovianos han hecho de este
lenguaje arquitectónico, sin olvidar su propia historia.
La Torre de la Cultura y las Ciencias
Pues esta Torre hoy
día se ha reconvertido en un espacio dedicado efectivamente a la cultura polaca
y a las ciencias, desde donde se puede admirar una ciudad que crece entre la
admiración a su propia tradición y la confianza segura en la modernidad. Lo que
fue un símbolo de la dominación y la ocupación irrespetuosa es hoy un símbolo
de una cultura más fuerte, más poderosa que la dominadora. Y desde ella se
puede contemplar una ciudad que hoy día se mueve entre la tradición y la modernidad, entre las sinceras oraciones
en polaco, en las bien pobladas iglesias, y las conexiones de la más moderna
tecnología. Los polacos conectan con Dios y parece que eso les lleva a conectar
mejor con los semejantes también.
Una imagen de la moderna Polonia desde la terraza de la Torre
Un breve viaje de cuatro días
(que deja desde luego ganas de conocerla más a fondo) revela por qué Polonia es
una fascinante versión de Europa: en ella se puede encontrar la madurez
democrática, la madurez científica, la madurez femenina. Todas ellas,
espléndidas posibilidades de las que participamos todos los europeos.
La Polonia esbelta y moderna
Para saber más:
- - Sobre la historia de Varsovia: https://queverenelmundo.com/que-ver-en-polonia/guia-de-varsovia/historia-de-varsovia/
- - Sobre
la European Society of Moral Philosophy:
http://moralphilosophy.eu/
- -Sobre la leyenda de la sirena de Varsovia: http://www.enpolonia.com/2011/02/sirena-varsovia.html
- - Para escuchar música de Chopin: https://www.youtube.com/watch?v=TqyLnMa3DJw
-
En este vídeo, “Varsovia, Polonia, historia de
dolor y libertad”, se puede ver una breve historia de Varsovia, con muchas
imágenes de la ciudad y enterarse de datos muy interesantes, como que el nombre
de la sirena está en el nombre de Varsovia o que el primer Ministerio de
Educación del mundo fue el polaco: https://www.youtube.com/watch?v=EXKKHEi9fxo