viernes, 3 de enero de 2020

Operación Gualda



Por Nieves Gómez Álvarez, Doctora en Filosofía y profesora

Este año redondo, 2020, que ha comenzado con un buen tiempo superlativo -debe ser para llevar la contraria a las alarmistas Cumbres del clima y a las niñas obsesivas- y su dosis, como es acostumbrado, de proyectos, ilusiones y propósitos, nos ha sobresaltado a los españoles con la posibilidad de un gobierno irracional, antiespañol y anticonstitucional. Malos tiempos en buenos tiempos. Malos tiempos con buen clima. Así es la vida: una de cal y otra de arena.

Como el ejercicio de la visión responsable es cuestión de serenidad, mirada a largo plazo y visión histórica, dan ganas de ponerse a pensar. ¿Ha vivido la nación española antes tiempos como estos, de malos tiempos con buen clima? Veamos… 1936, no, claro que no, además aquello fue en verano, ya con calores que asfixiaban los cuerpos y las mentes. Antes, mucho antes: 1808.

Dan ganas estos días de vacaciones y alguna calma, días de novelas y de disfrute de la vida privada, de volver a leerse despacio la proclama de los alcaldes de Móstoles -esos que no se dedicaban al enchufismo ni al escandalismo, sino a la noble labor de unir y de infundir responsabilidad-:

“Somos españoles y es necesario que muramos por el Rey y por la Patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey.
Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son”.

Ciertamente, dos siglos largos nos separan de nuestros compatriotas mostoleños. El estilo, donde se habla a los demás como “vuestras mercedes”, lo denota, así como el “so color”, las “providencias” y el “acudir a socorro”, precioso cuidado lenguaje decimonónico. Pero además, ni hoy es necesario morir por el Rey ni por la patria (la Constitución, que aún no existía, garantiza nuestro derecho a la vida y nuestra igualdad entre todos), ni nadie se ha apoderado de la “augusta persona” de Felipe VI, nuestro monarca actual, que sigue al frente de una de las naciones con más historia de Europa. Y que tiene voz propia, capaz de llamar golpismo al golpismo y desleal al desleal, como comprobamos en octubre de 2017 y hemos comprobado hace unos días, con la felicitación navideña.

Pero, si somos sinceros con nosotros mismos, ¿no tenemos igualmente la conciencia de haber sido invadido por nuevos “pérfidos” que, simulando amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo?

También, si somos honestos, la mayoría de españoles, que somos personas sensatas, con voluntad de concordia y con deseos de un futuro próspero y estable, nos sentimos solidarios con las palabras de aquellos compatriotas nuestros y con la necesidad de “escarmentar las perfidias”, acudiendo, en la medida de nuestras posibilidades, al socorro de esta España inestable, aunque esta vez, no para expulsar con determinación a un invasor extranjero, sino para neutralizar la acción de las fuerzas antidemocráticas en las instituciones, que son de todos y hemos creado con nuestro voto y nuestro esfuerzo. Los “pérfidos”, hoy, no enarbolan una bandera distinta y su violencia no es, hasta el momento, física. Hacen algo más retorcido: aparentan enarbolar la misma, pero rompiéndola en trizas y ejercen una violencia intelectual e institucional, envenenando desde dentro lo que es de todos. No son franceses con soberbia y desprecio hacia lo español; son españoles con soberbia y desprecio hacia lo que construyen y han construido otros españoles.

El filósofo Julián Marías, que vivió tiempos españoles de lo más inciertos y que supo, siempre, estar a la altura, como hombre leal y valiente que era, solía reflexionar sobre el siguiente hecho. Ante problemas de enorme magnitud, las personas se suelen preguntar: “¿qué va a pasar?”, dando idea, por seguir con el símil climatológico, de que uno ve venir nubarrones y es consciente de que el chaparrón le va a caer encima, de una manera un tanto pasiva. Su actitud, sin embargo, era más bien, preguntarse: “¿qué vamos a hacer?”, en un indudable ejercicio de libertad activa y de pensamiento responsable.

¿Qué vamos, pues, a hacer los españoles, en este nuevo año 2020, de promesas redondas pero de comienzos turbulentos?

Pues toda persona siempre puede “hacer algo”. La vida, como recordaba el admirable maestro de Marías, Ortega y Gasset, es siempre un quehacer y una faena poética. No podemos dejar que otros vivan nuestras vidas ni podemos, tampoco, por imperativo metafísico, moral y estético, hacer de ella una chapuza. Nuestra vida siempre tiene un margen de libertad creadora y, si no lo tiene, hay que hacérselo para que pueda ser, propiamente, vida.

No seré yo, una modesta profesora de Filosofía en Bachillerato, investigadora de la aportación de Marías al interesante tema de la mujer, la que vaya a decir a cada español lo que tiene que hacer con su vida en estos tiempos complejos. Nunca lo he hecho, ni siquiera a mis alumnos, pues efectivamente creo en la libertad personal y en la capacidad que cada uno tiene para orientar su vida de la manera más lúcida y más auténtica que sabe. Ese es el espacio que justamente hay que salvaguardar. La filosofía no es un saber imperativo, sino algo mucho más delicado: un saber orientador, como el faro que luce en el horizonte. No nos hace el faro el viaje, ese tiene que hacérselo cada embarcación, cada uno; solo nos muestra dónde están los peligros para que el viaje lo hagamos cada uno.

Lo cierto es que la filosofía contemporánea tiene algo que decir a “las mercedes” de los tiempos que corren, es decir, los españoles de bien. Qué le vamos a hacer, los acontecimientos de los últimos días también muestran que hay españoles de mal, aquellos que quieren consciente y maniáticamente el mal para España, sin tener en cuenta que el mal cansiniza y aburre. Nos tenemos que atener a ello. Las “mercedes” de hoy deberíamos unirnos en una operación colectiva. Una labor que nos llevase a no dejarnos envilecer bajo ningún concepto y a fomentar todo lo que de noble, luminoso, creador y afirmativo que hemos hecho juntos. Desde la unión de España y la constitución del primer imperio global de la historia (ahí está Elvira Roca para probarlo y defenderlo con uñas y dientes) hasta la primera circunnavegación de la Tierra o la creación de una lengua que hablamos mucho más de 500 millones de personas. No termina, por supuesto, la historia ahí. Las figuras admirables y los logros españoles se extienden hasta nuestros días, como muestra la estupenda vitalidad de nuestro deporte, nuestras fuerzas armadas en el exterior o la música en español, de este lado del Océano o del otro.

No encuentro ningún nombre más sugerente y soleado que el de “Operación Gualda” para este propósito de sano orgullo y de otear el horizonte sin malas sangres. ¿Qué es “gualda”? Es el color de la franja central de nuestra bandera. Las malas lenguas lo interpretan como que es el recuerdo del oro que los conquistadores codiciaron y esquilmaron. Las malas lenguas suelen ser bastante tópicas y no tienen en cuenta que el oro es lo que el Imperio Romano esquilmó de la Península ibérica, siendo la plata lo que los españoles trajeron de América a Europa -plata que no tenía allí valor, mucho menos como moneda (que también fue un invento occidental llevado por los españoles europeos allí)-. Las buenas lenguas, que también las hay, más bien dicen que el amarillo gualda es un reflejo del ambiente real en el que se fraguó la historia de la bandera española, allá por el siglo XVIII, un siglo que seguía siendo de brújulas: un ambiente naval, de paisajes oceánicos y de amaneceres fulgurantes.

Tal nombre soleado y tempranero para esta operación no podría sino denotar de manera un poco épica y con alguna belleza -ya avisaban hace un rato los alcaldes de Móstoles con algo de cultivo literario que somos gente leal y valiente- la necesidad de que cada uno de nosotros nos dediquemos a la faena de buscar, allí donde la vida nos haya puesto, ideas lúcidas, sanamente orgullosas de lo que somos y de quiénes somos. El mismo filósofo hablaba de españoles orgullosos de sus almas.

La “Operación Gualda” es también, en consecuencia, un ejercicio de libertad, inteligencia y bondad, por lo que necesitará distanciarse y poner en cuestión toda idea negrolegendaria, toda mezquindad, superficialidad y grosería.

No se trata de nada político. Justamente nuestro problema es que todo se ha politizado y atomizado. Se trata, más bien, de obligar a la política a que se quede en el mínimo reducto que es imprescindible y que toda la sociedad civil, sean cuales sean nuestras ideas en ese aspecto particular de la vida que es la política, más allá de ella, busquemos las ideas sociales, artísticas, deportivas, educativas, mediáticas, que nos permitan seguir navegando, para poder vivir así a la altura de nosotros mismos.


Si quieres saber más:

Sobre el bando entero de los alcaldes de Móstoles (y la explicación de por qué eran dos): https://confilegal.com/20190502-el-bando-de-los-alcaldes-de-mostoles-el-comienzo-de-una-guerra/

Sobre la historia de la bandera rojigualda, ligada a la Armada española: https://www.youtube.com/watch?v=A6WOC8GgGuc

Sobre la bandera española, artículo 4 de la Constitución española (siempre me ha parecido que el comienzo de la misma se parece en el estilo a la proclama de los alcaldes mostoleños, con ese aire de valentía y de nuevos tiempos): https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-1978-31229

Artículo “Entre todos”, de Julián Marías, en el que habla sobre el “prodigioso nosotros” que somos toda la comunidad hispánica, sobre la necesidad de no actuar desde el prosaísmo y de oponerse a la mediocridad; también sobre la voluntad de la integración, sobreponiéndose a la “prepotencia socialista”, para poder ser España un país interesante y creador: http://hemeroteca.sevilla.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/sevilla/abc.sevilla/1989/10/27/003.html



viernes, 8 de febrero de 2019

Más novela, más rescate y más historia



 
Los escritores Elvira Roca, Isabel San Sebastián y José Calvo Poyato

La historia de España despierta pasiones. Buenas pasiones. Se ha visto, una vez más, en el curso “La novela al rescate de la historia de España”, celebrado recientemente (del 28 al 31 de enero) en el Espacio Cultural Mira de Pozuelo de Alarcón, que prolonga y completa el organizado el verano pasado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Santander. En él los escritores que integran el grupo “Escritores con la historia” han dedicado cuatro sesiones a pensar y a imaginar con algo de esmero la historia de España, desde diferentes puntos de vista y desde diferentes instalaciones territoriales, pues este grupo lo integran escritores que viven por toda España y que organizan eventos por toda la piel de toro. Lo primero que ha llamado la atención (incluso a los organizadores) ha sido la inmensa afluencia de público. Un público español culto y mesurado, que en tiempos de desorientación como los que vivimos, necesita mirar a sus intelectuales y a los sabios para que les enseñen a interpretar el presente teniendo a la vista la historia. A la sala inicial, que se llenó en la primera sesión (dejando 100 personas fuera) siguió un llenazo completo en el Teatro Mira, de 600 plazas. Y ¿qué iba a escuchar todo este público en cuatro tardes lluviosas del invierno madrileño?

Pues iba a escuchar un Manifiesto, escrito por Antonio Pérez Henares (escritor y periodista) y leído por Isabel San Sebastián (escritora), en el que se dicen cuestiones tan interesantes como estas:

“La Nación con la historia quizás más rica y asombrosa de la Tierra vive bajo la creencia de que debe avergonzarse de ella. El prejuicio ha sido asumido como parte de un supuesto pecado original y ha ido más allá de la propaganda  de naciones e imperios enemigos  para convertirse en dogma propio de un sector y una posición ideológica. Los españoles no solo estamos en cabeza de los crédulos en nuestra propia Leyenda Negra sino que la enseñamos en las escuelas y la convertimos en dogma de fe del “progresismo” en las cátedras universitarias. Hasta tal punto llega que hasta el propio nombre y el patronímico comunes quema en muchas bocas y hemos convertido a España en “Estepaís” y nosotros en “Estepaisinos”. Un buena parte de la población, anegada por ello ignora su historia  y la desprecia en la medida que la ignora o la entiende como un estigma colectivo. Las tensiones separatistas, las pulsiones nacionalistas y la educación desvertebrada sin relato común han agravado aún más el problema y los libros de texto de cada una de las autonomías, y en particular las que con ellos incluyen el mensaje nacionalista, lo han exacerbado.

Pero, y quizás debido a ese acoso, a esa contumacia en la ofensa y el menosprecio, algo está sucediendo, algo se ha despertado y se levanta. Los españoles quieren saber sobre sí mismos, quieren reconocerse en lo que fueron, quieren reencontrarse con España y en ella y no en la avergonzada caricatura en la que se ha pretendido estabularles. Eso está pasando. Y se está viendo al mismo tiempo en los balcones como en los estantes de las librerías.

La Historia de España, y esta es la gran novedad cada vez más pujante y para algunos sorprendente, apasiona, ¡qué cosas!, a los españoles y el auge de la Novela Histórica, creciente y sostenido, es el reflejo de ese interés y esa auténtica hambre de conocimiento y de equilibrio y veracidad […]” (el Manifiesto entero se puede leer en la web de “Escritores con la historia”: http://www.escritoresconlahistoria.es/?fbclid=IwAR2zvK7lccRDWiNYmqgaTtAQaWOo5-y38BzT9gegIpsomZylV4CTuIH1QPk)


En la mesa, Antonio Pérez Henares y leyendo el Manifiesto de los escritores 
que defiende el "patriotismo cultural", Isabel San Sebastián


Todo ese público iba a escuchar, atenta y respetuosamente, intensas sesiones históricas de Isabel San Sebastián, hablando sobre “El Renacimiento de la Nación Española tras la invasión musulmana. De La Visigoda a la Peregrina”; a Antonio Pérez Henares, tratando sobre “El combate trascendental contra los imperios yihadistas (almorávides y almohades)”, así como a José Luis Corral, con el muy actual título “La Corona de Aragón: la manipulación de la historia y la novela. ¿Existió alguna vez la “corona catalana”?”, a Juan Eslava Galán, quien deleitó al público explicando “La historia de España a través de la pintura. El Museo del Prado” (que está cumpliendo en este 2019 su doscientos aniversario con plena salud). También participaron en este interesante ciclo los insignes andaluces José Calvo Poyato, quien trató sobre “La defensa del Imperio. La lucha contra los ingleses en el siglo XVIII y Gibraltar” y Elvira Roca Barea, quien, irremediablemente, tuvo que explicar los fundamentos de la “Imperiofobia y leyenda negra”, prolongando las profundas investigaciones de la obra que sigue siendo un super ventas. Finalmente, la realidad vasca fue traída de la mano del profesor y escritor Fernando García de Cortázar, quien cerraba el ciclo con sus reflexiones sobre “El País Vasco y Navarra en la configuración de España”.

Pienso que si el ciclo hubiera durado otras cuatro tardes, otros cuatro llenazos totales se hubieran producido en el Espacio Cultural Mira o quizá en un espacio mayor de Pozuelo. El público español está ávido de unas reflexiones serenas, maduras y con altura de nuestra identidad colectiva, que responda a los difíciles momentos históricos que nos está tocando vivir.

Ahí van algunas muestras de las mismas.

José Calvo Poyato, que ha escrito una novela sobre la fascinante figura de Jorge Juan, marino, matemático y espía, titulada El espía del rey, comenzó explicando que la España del siglo XVIII sigue siendo una enorme potencia en Europa y que era la que tenía el imperio más extenso, desde el punto de vista geográfico. Existe el imperio y sigue existiendo la voluntad de defenderlo. Una de las mayores muestras de que España seguía siendo grande es que otras grandes potencias seguían buscando alianzas con ella. A lo largo de su exposición reivindicó la enorme figura de Blas de Lezo, el defensor de Cartagena de Indias (antes, por cierto, y con otro temple, de que este vasco genial estuviera en boca de los cineastas españoles), así como las de Gutiérrez de Otero, que venció a Nelson en las Islas Canarias, a Bernardo de Gálvez, un malagueño clave en el proceso de independencia de los Estados Unidos, y al mismo Jorge Juan, que viajó a América para demostrar la intuición de Newton sobre la forma de la tierra y que, aprovechando sus viajes a Londres, trajo a España personas capaces, lo que hoy serían ingenieros navales, para renovar la flota española. Así lo mostraron los siguientes años, en los que los astilleros españoles, es decir Vigo, Cádiz, Cartagena y La Habana vieron salir una serie de barcos excelentes.

Una de las claves de la recuperación del proyecto colectivo, por tanto, sería la prolongación de estos rasgos del siglo XVIII español: una España consciente de su grandeza, culta y cultivada, científica y audaz, capaz de dar personalidades sólidas, de enorme patriotismo y alta moralidad.

Por su parte, la escritora y profesora Elvira Roca explicó, con su habitual buen humor, que la Leyenda negra es una “fracasología”, que consiste ante todo en focalizar la atención hacia un punto concreto y desdibujar todo lo demás, haciendo por tanto, que las jerarquías de estimaciones estén deformadas.

Siendo cierto que el siglo XVIII español seguía siendo una gran potencia, sí que había pasado algo: fue un proceso de “subordinación cultural”, en el cual los intelectuales españoles comienzan a plegarse frente a los modos y mentalidades franceses. Los historiadores no escriben por entonces sobre la Historia de España, sino que se afrancesan y se convierten así en unos imitadores artificiales de la nación vecina. Los intelectuales españoles se autoconvencen por entonces de que “hay que ser como los franceses”. Este cambio de óptica influirá en toda la cultura e incluso en la estimación de los intelectuales y su relación con el resto de la sociedad española.

¿Qué se puede hacer con este panorama? Según Elvira Roca, hay que llevar los temas al campo contrario, ahí donde no se llevan nunca. Pues hay un mundo entero por descubrir. Es preciso hacer incursiones en “el lado oscuro de Europa”, para que quede de una manera más equilibrada la posición de España.


Fernando García de Cortázar, Isabel San Sebastián y Antonio Pérez Henares, 
en la sesión final


Finalmente, Fernando García de Cortázar, catedrático de Historia y escritor, quiso poner de manifiesto que en estos momentos no solo se trata de reivindicar el sentido de España, sino también el sentimiento de España. Y el caso es que hay una enorme españolidad en el País Vasco y en Navarra.

Curiosamente, hay que decir que el “País Vasco” solo existe desde 1978, y le debe la configuración a la diócesis de Vitoria en el siglo XIX, que englobaba los territorios de lo que hoy es el País Vasco (Álava, Guipúzcoa y Vizcaya). Son territorios que desde hacía siglos formaban parte de la Corona de Castilla pero, paradójicamente, a día de hoy tienen un enorme rechazo al himno nacional y a los símbolos. Otro ejemplo de esta hostilidad de tiempos recientes es que el Museo Gugenheim de Bilbao debe ser uno de los pocos museos del mundo que no tiene placa conmemorativa de su inauguración, pues en tal placa debería figurar que fue inaugurada por el rey y he ahí la razón última de que no se quiera poner.

Cortázar habló de unas cuantas figuras vascas y navarras que son auténticos iconos de España, por el alcance de su obra y por su universalidad. Son los siguientes: Juan Sebastián Elcano, Miguel López de Legazpi (que conquistó las Filipinas), Ignacio de Loyola y Francisco Javier. Otros, quizá no tan conocidos, hicieron obras memorables, como Juan de Garay, que fundó Buenos Aires, y Juan de Goyeneche, un banquero, que realizó en Madrid el Nuevo Baztán, un proyecto ilustrado. América, por otra parte, está llena de nombres vascos, que reflejan la apertura de miras de aquellos hombres.

Hoy día suena extraño decirlo, pero Juan Sebastián Elcano, el hombre que circunnavegó la tierra, era un “castellano de Guipúzcoa”.

También habló Cortázar de algunas instituciones importantes, que se gestaron en el actual País Vasco y en Navarra, entre las que destacan los caballeritos de Azcoitia, que introdujeron la Ilustración en España y cuya sociedad fue el antecedente de las Sociedades Económicas de Amigos del País.

Más cerca de nuestros tiempos hay también algunas figuras clave que participaron en la cultura, como los escritores vascos y navarros de la Generación del 98: Maeztu, Baroja, Zuloaga, desde luego Unamuno. Y Blas de Otero, Celaya, Ángela Figuera.

Al catedrático Cortázar se le debe la expresión “patriotismo cultural”: es todo aquello que nos une a todos los españoles, desde Altamira hasta Picasso y que constituye una esperanza de recuperación de quiénes somos.



Para saber más:

El grupo “Escritores por la historia”, además de página de Facebook, tiene también una web, donde van publicando las convocatorias de sus siguientes actividades, que se realizan por toda España: http://www.escritoresconlahistoria.es/calendario/ 


Nieves Gómez Álvarez


lunes, 22 de octubre de 2018

Polonia: una fascinante versión de Europa

Por Nieves Gómez Álvarez

 Una imagen artística de la inteligencia musical de Chopin





                                                                                                      Dedicado a San Juan Pablo II,
                                         en el 40º aniversario del comienzo de su Pontificado

El II Encuentro de la European Society for Moral Philosophy, celebrado del 18 al 20 de octubre en Varsovia (Polonia) ha sido la ocasión para que un puñado de devotos de la filosofía nos dediquemos durante unos días a reflexionar sobre un tema tan necesario como delicado: la esperanza. Scholars y cultivadores del saber filosófico, procedentes de Italia, Grecia, Francia, Alemania, Austria, Países Bajos, Suiza, Polonia, España, Inglaterra, Irlanda y también, fuera de las fronteras físicas de Europa pero en hondo diálogo con ella, de Estados Unidos y China, nos hemos reunido en el Instytut Politologii de la Kardynala Stefana Wyszynskiego, en un tranquilo campus de las afueras de la capital polaca para pensar sin prisas sobre la posibilidad de la esperanza, sus implicaciones morales, su relación con la política, sus relaciones teológicas y para hacer ciertas lecturas de la cuestión desde distintas tradiciones filosóficas, desde Platón y la filosofía antigua a la contemporánea, pasando por la Patrística, la filosofía medieval, Kant, la fenomenología y la más reciente tradición española de José Ortega y Gasset, Julián Marías y Pedro Laín Entralgo, quienes ha reflexionado largamente sobre la cuestión en su obras Breve tratado de la ilusión y La espera y la esperanza. Teoría e historia del esperar humano.


Una de las calles principales de Varsovia

La European Society, que es joven pero al mismo tiempo madura, por el alcance de sus proyectos y la responsabilidad de sus reflexiones, tiene la pretensión de establecer un núcleo de personas dedicadas a pensar los problemas contemporáneos en diálogo con la sociedad. De manera que tiene la intención de publicar los resultados de estas reflexiones comunes y de estos días volcados, al menos intelectualmente, sobre la esperanza. En sus deseos está también volver a reunir a personas dedicadas a la filosofía dentro de dos años en otra capital europea, para reflexionar sobre un tema de relevancia para la filosofía moral.
No ha sido secundario para este tema el lugar escogido: después de haberse celebrado el primer encuentro en Italia, hace dos años, sobre el tema de la bondad, otro espléndido país europeo, Polonia, ha servido como la sede del segundo.

¿Por qué Polonia es un escenario interesante para ponerse a pensar sobre la esperanza?

Quizá cuando uno habla de Europa desde el sur de la misma, la imagen mental que nos brota es la del continente trazado desde donde estamos, de tal manera que lo que nos queda más cerca son los países vecinos “en primer grado” y puede que en segundo. Es decir, para un europeo o europea del sur, la imagen de su continente está marcada por la presencia que le marcan las noticias, los países que están más cerca y cuyas decisiones quizá nos afectan más directamente. Incluso los que tienen idiomas con raíces similares. Pero quedan en un tercer, cuarto o quizá décimo plano aquellos otros países que, por distancia, por tamaño o por discreción no figuran en ese mapa mental. Polonia, para alguien del sur de Europa, podría estar entre estos últimos. Es decir, que su intensa e indudable personalidad queda desdibujada por el hecho de que está mucho más lejos de España que Italia, Francia, Alemania o Portugal. Y también por el factor lingüístico: es un hecho que cuando alguien del sur de Europa va a Polonia entiende que no entiende; se trata de un idioma con otras raíces y otras vivencias cristalizadas en palabras.
Es, sin embargo, de lo más revelador ampliar el foco de visión y dar cabida en ese mapa mental interior a otras versiones de Europa. Otras que, precisamente por tener diferentes instalaciones lingüísticas, vivencias históricas y, se podría decir así, distintas jerarquías de estimaciones, podrían tener la capacidad de pensar los problemas europeos de modos distintos a los ya habituales.
Polonia es uno de esos países que, por su historia reciente, de fuerte conciencia de patria, de resistencia frente a las ideologías totalitarias y de reasumir su pasado reciente, parece tener unas interesantes reservas culturales y espirituales frente a los problemas que cruzan el continente de parte a parte. Polonia parece mirar la vida con una madurez serena y saludable, con unos almacenes vitales bien llenos de posibilidades por desarrollar. Su temple es el de quien ya ha ido y ha vuelto.
Lindando con Alemania, la República Checa, Eslovaquia, Ucrania, Bielorrusia, Lituania y Rusia, este país de 40 millones de habitantes, con uno de los ríos más grandes de Europa, el Vístula, tiene un enorme territorio poblado de montañas, de campos de cultivo y de ciudades llenas de historia, como las más conocidas de Varsovia y Cracovia o las menos de Gdansk, que experimentó un enorme crecimiento del siglo XV al XVIII, al ser una ciudad hanseática; Tuczno o Krag, con reminiscencias renacentistas; o Wroclaw, la capital de la Baja Silesia, con su interesante mezcla de gótico, barroco y estilos contemporáneos, como en el edificio llamado Hala Stulecia, realizado en 1913 por Max Berg, hoy en la lista del patrimonio mundial de la UNESCO. Y quién diría que en Polonia se puede encontrar una Biosfera con campos de dunas móviles. Está, sí, en Slowinski.
Tras la conversión al cristianismo y el bautismo en 966 de Mieszko I, este territorio llamado según la tribu de los “polanie”, quienes habían estado presente desde los inicios de la Edad Media, comienza una andadura que verá momentos brillantes, como los protagonizados por el rey Kazimierz III, el Grande, en el siglo XIV, quien le dio seguridad política y económica; o por la Dinastía de los Jagellones, quienes vencieron a los caballeros teutónicos en el siglo XV. Durante el siglo XVI, Polonia se había convertido en uno de los países más ricos y más extensos de Europa, lo cual dio lugar a la conocida como “Edad de Oro”. Fue entonces cuando el rey Zygmunt III Vasa movió la capital de Cracovia a Varsovia.
Los tiempos siguientes, mucho más revueltos, constituyeron un reto que los polacos solventaron con la redacción de su constitución en 1791, siendo el primer país de Europa en tenerla, y solo el segundo en el mundo tras la de Estados Unidos. De manera que Polonia fue el primer país del continente en alcanzar la madurez democrática. Claro que fue una trayectoria truncada, pues el país fue sucesivamente dividido y dependiente de los imperios de Rusia, Prusia y Austria. Sería en 1918, tras la I Guerra Mundial, cuando este país de resistentes vuelve a ganar su independencia y sus territorios, gracias al General Jósef Pildsudski. No por mucho tiempo, pues era una pieza codiciada por uno de sus vecinos europeos. Como es bien sabido, la II Guerra Mundial comienza cuando las tropas de Hitler invaden Polonia el 1 de septiembre de 1939, iniciando así un periodo de tragedia y heroísmo a partes iguales. En 1945, tras haber sufrido enormemente y haber perdido el 85% de la ciudad y gran parte de su población, especialmente judía, Polonia queda, según el mandato de la Conferencia de Yalta, bajo la bota soviética, bajo la que estaría en las siguientes décadas, hasta que en 1980, la población polaca muestra su oposición a las autoridades comunistas. Unos años más adelante, Lech Walesa, un modesto electricista que parecía llamado a electrocutar las ideas contradictorias del comunismo y hacer que este entrase en cortocircuito, se convierte en presidente de esta nación y en todo un símbolo del trabajador oprimido por el comunismo. Los años siguientes verían ingresar a este país luchador en la OTAN y también en la Unión Europea. De manera que ahora todos los europeos tenemos un poco de este país que encara el futuro como su bandera, una orgullosa águila blanca coronada, con las alas extendidas como mostrando que tiene aún mucho por volar, bajo el fondo rojo de su historia dolorosa y heroica.
Polonia es un escenario ideal para hablar sobre la esperanza porque ella misma ha hecho varias veces la experiencia a lo largo de su milenaria historia de cómo esta virtud es lo último que se pierde, como el humilde resto que queda en la caja de Pandora. Podrán haberse desatado los males por el continente -como en el mito griego-, podrán haber sido destruidas las ciudades por el odio, la rabia y quién sabe, quizá la envidia, pero Polonia, como su águila sanamente orgullosa, da la impresión de sobrevolar sobre todo ello. O de sobrenadar, como la sirena. 

La imagen de la sirena protectora de la ciudad


Varsovia: una ciudad ave-fénix

Hay ciudades europeas espléndidas, que van sobreponiendo como en estratos sus vivencias y sus experiencias históricas (París, Londres, Viena), hay otras que, como Madrid, de un pequeño núcleo se convierten en unos pocos siglos en enormes ciudades habitadas ordenadamente por millones. Varsovia es un tercer tipo de ciudad. Una ciudad prácticamente arrasada en la II Guerra Mundial cuyos habitantes no se han conformado con la destrucción, la muerte y la desaparición, sino que parecen haberse dicho a sí mismos, como el buen Dios ante Adán: “no es bueno que el continente europeo esté solo. No es bueno que Europa no tenga a Varsovia”. Y se han lanzado a reconstruirla. Este gesto -que duró por supuesto décadas, que aún hoy ejercen los varsovianos en su escenario vital- representa para mí una fascinante versión europea: la de aquellos que reconstruyen y rehacen, que vuelven a poner en pie, en la existencia lo que cayó; aquellos que no dejan que se pierdan las maravillosas posibilidades que han existido, la de los que no se dejan avasallar ni permiten que les hagan desaparecer por la desidia o las malas pasiones. Varsovia es una ciudad esperanzada en sí misma, pues simboliza como esta enorme virtud no es pasiva, sino muy despierta y activa. Es capaz de hacer frente con enorme fortaleza a las tendencias destructivas que en ocasiones rebrotan en los viejos europeos y cómo, incluso cuando se han sufrido los embates del mal, la esperanza resurge de debajo de las cenizas.
Sin duda que cuando las guías de Polonia hablan de esta ciudad como de un “ave-fénix”, el símbolo de los resurgimientos, en gran medida aciertan. En el Palacio rehecho, en la columna vuelta a levantar, con la escultura recuperada de entre los escombros y en las casas que se reconstruyen, rememorando el primitivo esplendor, se encuentra el reflejo de una versión discreta de la personalidad europea: la vida no es solo revolución ni ruptura, sino también continuidad y recuperación. Al hacer todo eso, el varsoviano, la varsoviana, muestra que la esperanza es virtud de resistencia y que no se resigna a dejar perder lo que le parece valioso.

Un país de ciencia y música

Un concierto en el Chopin- Point para culminar el encuentro 
de la European Society for Moral Philosophy

Cuando se ve a los pequeños polacos, educados y sonrientes, posando bajo la sirena defensora de la ciudad, que se encuentra en la Plaza del Mercado -y que es protagonista de una espléndida leyenda, hermanando en la ficción a la ciudad con Copenhague-, o cuando se contempla la tranquilidad con la que los adultos beben la morena cerveza, no cabe menos que preguntarse: ¿de dónde brota el sereno patriotismo de nuestros vecinos del Norte, los polacos? No es agresivo, ni combativo; no es sensiblero ni victimista; tampoco es infantil ni nostálgico. Es nacional sin ser nacionalista, maduro sin ser escéptico y esperanzado sin ser ingenuo. En otras palabras: es un patriotismo muy equilibrado y difícil, que se alimenta de un elemento no tangible, pero no menos existente. Ese elemento es la cultura común. Los polacos se saben polacos, irremediablemente polacos; y eso, sí, les gusta. Se saben distintos, irreductibles a todos sus vecinos europeos, y creen firmemente que es bueno que su diferencia coexista. Con quien les ha intentado aniquilar, con quien les observa curioso y con quien, con razón, les admira. Frente a todos ellos, Polonia existe con existencia propia y con personalidad distinta.

La escultura a Nicolás Copérnico


Pasear por las calles de Varsovia implica necesariamente caer en la cuenta de que los europeos polacos tienen una interesante capacidad de admirar: por aquí está el monumento a Copérnico, por allá el de Marie Curie, muestra de una fabulosa posibilidad femenina y de una notable madurez científica. 


Marie Curie, dos veces Premio Nobel, en el espléndido otoño de Polonia


En otra de las calles principales se puede ver cómo un buen polaco se rinde ante los poetas y, por supuesto, ante los músicos y más si son románticos, como Chopin. 

Monumento al poeta Adam Mickiewicz


El artista repartió no solo su vida entre Polonia y Francia, entre Varsovia y París, sino también su cuerpo: está enterrado en un cementerio parisino, pero su corazón reposa en la iglesia de la Santa Cruz de la capital polaca. Todo un símbolo de dónde estaba su tesoro (y su corazón).

El corazón de Chopin en Varsovia


La ciudad sigue vibrando bajo los tonos del Romanticismo musical, pues se siguen organizando conciertos en el “Chopin- Point” y en otros espacios, y en la propia ciudad se puede ver una ruta con “bancos musicales”, de manera que se puede uno sentar (si no hace mucho frío, nieve o lluvia) y pulsar el botón que le permitirá escuchar una de las melodías chopinianas, en un sitio efectivamente ligado a su vida.

Un banco chopiniano (al pulsar la tecla emite música)

Podría parecer un título de cuento, pero efectivamente Polonia es un país de ciencia, música y… religión, donde mirar el cielo no está en contradicción con estudiar la tierra y la estructura de la materia (Marie Curie es buena prueba de ello, con sus dos Premios Nobel, uno ganado con su marido y el otro sin él) o donde escuchar a Dios, al modo como lo ha hecho San Juan Pablo II no parece que se contradiga con escuchar el corazón del hombre, tal y como ha hecho Chopin. 

El insuperable San Juan Pablo II el Magno, todo un símbolo de Polonia

En el concierto con el que la European Society for Moral Philosophy cerraba las reflexiones filosóficas sobre la esperanza, el pianista italiano que ofreció el concierto explicaba el estilo del polaco: Chopin, sorprendentemente, combina tonos asociados a la alegría con otros a la tristeza, momentos ascendentes con los descendentes. Será que estaba reflejando cómo es Polonia, toda ella, con su inteligencia musical. Quién sabe si no reflejará esto también un poco la personalidad europea.

Renacer, revivir, rehabitar

¿Qué queda en la Polonia actual de los dos totalitarismos que ha tenido que sufrir durante el último siglo? Es difícil creer que este país haya sufrido por dos veces y con dos signos distintos, la tendencia destructora y la intención de acabar de raíz con quien fue, con quien es. Las matanzas programadas y concienzudas de los nazis no acabaron con los grandes hombres de letras y ciencias. Es más: décadas de educación comunista no acabaron, desde luego, con el cultivo de la lengua, ni de la cultura, ni de la conciencia nacional. Muy al contrario, los intentos sistemáticos por destruirla solo causaron un más hondo interés y una búsqueda más anhelante de vitaminas poéticas, teatrales, musicales, artísticas, filosóficas que les alimentasen. Los polacos necesitaron, una y otra vez a lo largo del siglo XX, buscarse a sí mismos. Y se encontraron en sus paisajes, en los físicos y en los culturales.
Es de lo más representativo ver cómo esta voluntad de renacer, revivir y rehabitar se encuentra en los espacios comunes y cómo su manera de organizar esta ciudad rehecha después de la casi entera destrucción expresa este modo colectivo de verse: la Torre de las Ciencias y la Cultura se levantó en Varsovia para simbolizar el poder de la Unión Soviética sobre su vecino. La propia estructura muestra que la Unión Soviética vio en Polonia una vencida, a quien había que dominar porque era rebelde; lo más llamativo es la relectura que los varsovianos han hecho de este lenguaje arquitectónico, sin olvidar su propia historia. 

La Torre de la Cultura y las Ciencias

Pues esta Torre hoy día se ha reconvertido en un espacio dedicado efectivamente a la cultura polaca y a las ciencias, desde donde se puede admirar una ciudad que crece entre la admiración a su propia tradición y la confianza segura en la modernidad. Lo que fue un símbolo de la dominación y la ocupación irrespetuosa es hoy un símbolo de una cultura más fuerte, más poderosa que la dominadora. Y desde ella se puede contemplar una ciudad que hoy día se mueve entre la tradición y la modernidad, entre las sinceras oraciones en polaco, en las bien pobladas iglesias, y las conexiones de la más moderna tecnología. Los polacos conectan con Dios y parece que eso les lleva a conectar mejor con los semejantes también.

Una imagen de la moderna Polonia desde la terraza de la Torre

Un breve viaje de cuatro días (que deja desde luego ganas de conocerla más a fondo) revela por qué Polonia es una fascinante versión de Europa: en ella se puede encontrar la madurez democrática, la madurez científica, la madurez femenina. Todas ellas, espléndidas posibilidades de las que participamos todos los europeos.

La Polonia esbelta y moderna

Para saber más:

-         -  Sobre la European Society of Moral Philosophy: http://moralphilosophy.eu/
-Sobre la leyenda de la sirena de Varsovia: http://www.enpolonia.com/2011/02/sirena-varsovia.html
-  - Para escuchar música de Chopin: https://www.youtube.com/watch?v=TqyLnMa3DJw
-          En este vídeo, “Varsovia, Polonia, historia de dolor y libertad”, se puede ver una breve historia de Varsovia, con muchas imágenes de la ciudad y enterarse de datos muy interesantes, como que el nombre de la sirena está en el nombre de Varsovia o que el primer Ministerio de Educación del mundo fue el polaco: https://www.youtube.com/watch?v=EXKKHEi9fxo








lunes, 17 de septiembre de 2018

Covarrubias: vitaminas castellanas (y noruegas)


Por Nieves Gómez Álvarez

Ser uno de los pueblos más bonitos de España es razón suficiente para acercarse hasta Covarrubias, en Burgos y abrir bien los ojos para dejarse sorprender. Por la concentración de tanta belleza junta. Por el esmero de un pueblo ejemplar. Por la combinación de arte, historia, naturaleza. Por unos cuantos alicientes más.

La escultura de la princesa Kristina de Noruega en Covarrubias

De larguísima historia, Covarrubias es una invitación en el bello Valle del Arlanza a sumergirse en el tiempo y a aprender a vernos desde el siglo VII del rey Chindasvinto, desde el X del conde Fernán González -enterrado en la espléndida excolegiata de los santos Cosme y Damián-, desde el XIII de la reina Kristina de Noruega, casada con uno de los hermanos de Alfonso X el Sabio o desde el XVI del Francisco Vallés, el Divino, el médico de Felipe II o de Pedro Peña, que fue arzobispo en las Américas.
Este pequeña pero bellísima villa ha vivido, mirando al tiempo, apaciblemente, y hoy recibe al visitante con limpieza, con cuidado y nada empalagoso despliegue floral por ventanas y balcones y con una interesante cantidad de cultura de calidad.

Un bonito rincón de Covarrubias

La excolegiata, dedicada a los hermanos médicos Cosme y Damián, tuvo su origen en época visigoda y hoy, además de contener más de 30 sepulcros, algunos de perfiles sugerentes y misteriosos, entre ellos el del conde Fernán González y su mujer o el de la reina Kristina de Noruega, deja deambular al visitante por el bien cuidado claustro y por el museo  y sacristía, donde se puede ver una excelente muestra de arte religioso.

Vista de la Excolegiata. En primer término, los santos Cosme y Damián, a quien está dedicada, en segundo término, los sepulcros del Conde Fernán González y su mujer.

No es solo la peculiar escultura de Santiago sedente como Maestro, con su pose de catedrático y su libro en mano -otra versión muy diferente que el montado a caballo o al Santiago peregrino- o un retablo de la Adoración de los magos de enorme vivacidad. 

Escultura de Santiago sedente 

Tampoco es solo la techumbre mudéjar o la colección de vestiduras, sino, sobre todo, el Tríptico de la Epifanía, con esculturas de Gil de Siloé o su escuela, tan hermoso, tan flamenco (o mejor dicho, hispano-flamenco), que habría que sentarse, como en el Kunsthistorisches Museum de Viena, en un sillón enfrente de él un buen rato para poder disfrutarlo sin prisas y mirar los tres reyes magos, símbolos de los tres continentes entonces conocidos, en actitud de adoración silenciosa.

Tríptico de la Epifanía, de Gil de Siloé o su escuela

Según el bien preparado guía, hay otro cuadro en esta colección que merecería la pena ser mirado con lupa: es el titulado Virgen del Libro, de mediados del siglo XV, atribuido a un pintor próximo a Van Eyck. Una representación de pequeño tamaño, pero llena de detalles de la vida cotidiana de Holanda y de objetos de época.

Virgen del Libro, atribuido a Van Eyck

Decir Covarrubias es también decir arquitectura castellana, con fachadas que alternan la madera y el ladrillo, pórticos inferiores que invitan a resguardarse del sol en verano o galerías superiores que invitan a buscarlo en los fríos inviernos castellanos. Es imprescindible contemplar la Casa de Doña Sancha por ser un ejemplo bien logrado en este sentido. Pero tiene también esta villa ejemplos monumentales, como al sólido y armónico Archivo del Adelantado de Castilla, construido por el Divino Vallés, hasta que los documentos que albergaba fueron trasladados al más grande, más central y mejor guardado de Simancas, o la Torre de Fernán González, donde se dice fue mantenida presa doña Urraca.

Archivo del Adelantado de Castilla. Hoy día alberga la Oficina de Turismo, la Biblioteca 
y una sala de exposiciones. 

Las plazas proporcionada a la escala humana, promesa de relaciones humanas propiamente personales; los detalles en rincones y portadas, como la que hay en el lateral del Ayuntamiento; los cruceros y el rollo jurisdiccional, son todos ellos invitación a andar por esta villa con los ojos bien abiertos.
Como seguramente los tuvo la princesa Kristina cuando llegó desde su lejana Noruega, para sellar con su matrimonio unas alianzas comerciales entre ambos reinos y se asombró de la maravilla gótica que por entonces se levantaba en Burgos y a la que regaló un cáliz. Hoy día quedan vestigios de este país nórdico en la pequeña villa castellana de varias maneras: el ya citado sepulcro, pero también la airosa escultura de la princesa frente a la colegiata y, a unos kilómetros del pueblo, la ermita de San Olav, que se levantó en 2011, siglos después de que ella hubiese expresado este deseo. Es en este lugar y en otros de Covarrubias donde a principios de octubre cada año se celebra el festival “Notas de Noruega”, en el que se hace un viaje poético con la lejana princesa que llegó a tierras de Castilla y en el valle del Arlanza resuenan, de nuevo, tonos nórdicos. Podría esta pequeña villa lanzarse, como Teruel, a hacer una representación cada año de tal evento singular. No todos los desembarcos vikingos tienen por qué ser brutales…
No es el único aliciente musical que la villa tiene: en la colegiata hay un venerable órgano que resulta ser el más antiguo en uso de toda Castilla y cuyos sones siguen resonando en las misas dominicales y en celebraciones especiales, como la próxima de los Niños cantores de la catedral de Burgos.

El órgano de la Excolegiata de Covarrubias, el más antiguo en uso de toda Castilla. 

Ciertamente, habría que ir hasta este lugar bello del valle del Arlanza con la expectativa con la que comienzan los clásicos cuentos: “Había una vez un lugar del sur de Europa donde llegó una princesa del norte… un pequeño lugar donde hubo caballeros y reyes, médicos reales, obispos bondadosos y princesas enamoradizas de pastores, un lugar de Castilla, donde a la vez sigue estando presente Noruega”.

Para saber más:

-       - Esta es la página de “los pueblos más bonitos de España”, un despliegue de imaginación urbana que se extiende por todo el país: https://www.lospueblosmasbonitosdeespana.org/

-  - Un vídeo de Covarrubias de “España fascinante”: https://www.youtube.com/watch?v=u4Zw576tMHQ

-    - El viaje de la princesa Kristina de Noruega fue recogido en una saga por un escritor islandés. En la misma página se encuentra información sobre la Fundación Princesa Kristina de Noruega, que se dedica a fomentar los lazos entre nuestros dos países: http://www.fundacionprincesakristina.com/origen-historico/

-      - Aquí se encuentra la información sobre la siguiente edición de “Notas de Noruega”, que tendrá lugar en la villa durante los próximos 6 y 7 de octubre: http://www.fundacionprincesakristina.com/2018/09/13/programa-notas-de-noruega-2018/

-    - Aquí se puede encontrar una entrevista del evento “Notas de Noruega” del año 2015: https://www.youtube.com/watch?v=eabpVU1_2p0

-     - En el siguiente enlace de Arteguías se puede ver un vídeo donde sale (minuto 2:56) el Tríptico de la Adoración, que está en la Excolegiata de San Cosme y San Damián: https://www.youtube.com/watch?v=t85VBQgs5qU

-       - En este enlace se pueden escuchar algunas notas del órgano más clásico de Castilla, esa tierra plagada de castillos: https://www.youtube.com/watch?v=FgbIzjNvdHc

-   - Finalmente, aquí hay una digna breve película-documental, Kristina de Noruega, una princesa en Covarrubias, realizado por el Centro de Tecnología de la Imagen de la Universidad de Málaga: https://www.youtube.com/watch?v=PoocPi00MKE







Y esto, ¿qué es? Una papelera de "pueblo bonito".